He de confesar que, pese a mi larga experiencia empresarial, y hastiado de ver y descifrar facturas, no entiendo absolutamente nada en los conceptos que me factura mi servidor de electricidad, Iberdrola. Ni yo, ni nadie pese a mis desesperados intentos con amigos empresarios a los que acudo en busca de «luz», pero no eléctrica.

Todo es muy difícil antes de ser sencillo salvo en lo relativo al recibo de la luz que, en contra de lo que pudiera parecer, debería ser más simple que la regla de tres. Para entender por qué sube la electricidad en España o por qué su precio es escandalosamente alto en relación a otros países europeos no hay que pretender conocer los entresijos de una factura incomprensible o aprender desde pequeños la diferencia entre la parte regulada de la tarifa y la liberalizada, los peajes del sistema, la potencia instalada o el déficit tarifario. Lo que hay que saber es que el supuesto mercado libre es una milonga, un sistema oligárquico controlado por cinco empresas montado para que se forren en cualquier circunstancia. Así de sencillo.

Ningún gobierno, ni actual ni pasado, se atreve a hincarle el diente a esta nueva clase de estafadores que engordan sus escandalosas cuentas a costa del sufrido ciudadano, que solo puede agachar la cabeza, ceder y, como máximo, quejarse en el desierto. Nuestras quejas no son más que pataletas, trufadas de impotencia, que este nuevo (o viejo) capitalismo se las pasa por el arco del triunfo. Si al menos tuviéramos el apoyo de la clase política?

Tenemos un ministro de Energía, Álvaro Nadal, que nos ha explicado unas cuentas razones de por qué el precio de la luz cabalga desbocadamente hacia nuestros bolsillos y ha profetizado que el espectáculo hípico nos costará 100 euros más al año. Dice Nadal que el precio sube porque hace frío, no llueve y hace viento, porque el petróleo es más caro y porque Francia tiene muchas nucleares pasando la ITV y nos compra energía barata haciendo que aquí suba. Súmese a esto que los consumidores han de pagar durante 25 años una deuda con las eléctricas de varios miles de millones de euros y obtendremos la resultante: la factura de la luz será en enero la segunda más cara de la historia.

Tal y como se ha ideado el sistema, el precio final camina sobre dos patas. La primera es la regulada, la suma de los impuestos y del coste de transportar la electricidad desde donde se produce hasta la lámpara del salón. Incluye también algunas partidas insólitas. Se paga a las compañías por su capacidad, es decir por sus instalaciones, produzcan o no. Y se compensa a las grandes industrias por algo bautizado como coste de ininterrumpibilidad, más de 500 millones al año, por si en un momento de picos de consumo hubiese que cortarles el cable, algo que no se ha producido en más de una década. Esta pata sube lo que le da la gana al Gobierno, que suele ser poco para disimular.

La segunda es la liberalizada, y se determina con una subasta que antes era trimestral y ahora es diaria. Si la ley de la oferta y la demanda funcionase en condiciones meteorológicas favorables y de baja demanda el precio debería bajar con la misma intensidad que sube cuando no lo son. Y como esto no ocurre, hay que deducir que todo es una farsa y que la supuesta competencia es una broma gigantesca.

Jamás podré entender que un gobierno no luche con todas sus armas contra este injusto y acomodado sistema de facturación, que los días más intensos de frío (y por lo tanto de más consumo), lo aprovechen estos desalmados para subir sus tarifas.

Es lógico pensar que, en condiciones favorables, habría días en las que bastaría con usar la energía de las nucleares y de las renovables para atender a las necesidades previstas por lo que el precio tendría que ser cero, pero esto nunca ocurre. ¿Por qué? Pues porque las eléctricas siempre se las arreglan para ofertar ligeramente por debajo de la demanda prevista para cubrir ese excedente con térmicas o centrales de gas, que son las que acaban determinando el precio. La trampa es permanente y tiene hasta un nombre en inglés: los windfall profits o beneficios caídos del cielo.

¿Se funciona igual en otros países? Pues no. España es diferente incluso para atracarnos. Y aquí seguimos: todos callados y pagando estas abusivas facturas. Me gustaría saber si toda la ciudadanía se negara a pagar estas facturas, tendrían bemoles para razonar el sistema o cortarnos a toda España la luz.

Pero es que hay más. Desde que España es exportadora neta de electricidad la factura de la luz no ha dejado de crecer. De eso el ministro Nadal no dice nada, lógicamente.

Así que ya saben por qué la electricidad en España es cara y lo será más en los próximos días y semanas. Porque no llueve ni hace viento. Sencillo.

O, como he dicho, porque les sale de la entrepierna.