Santa Pola es como La Meca. Ese lugar al que peregrinan una vez al año los que han decidido abrazar una forma de vivir. Una forma de sentir. Todos aquellos que decidieron un día ponerse unas zapatillas y empezar a correr tienen que «disfrutar» en alguna ocasión la Mitja Marató de Santa Pola. Uno a uno preparan una competición exigente que supone un enorme esfuerzo con gran sacrificio, dedicación y disciplina. Pero, sobre todo, llegan al gran día con el gran objetivo de cruzar esa línea de meta. De superarse. Cumplir con ese reto que todos comparten pero que, sin embargo, cada uno puede adornar con su propia historia de superación personal. Hay una sola línea de meta pero miles de gestos e imágenes que contar, tantas como «runners» empiezan la carrera.
Mi historia, en esta ocasión, es la de poner una piedra más en otro duro camino pero también la de saldar una vieja deuda pendiente que tenía con esta competición. En este año 2017, Santa Pola es el gran test. Ese paso que tenía que dar en mi ruta para llegar en la mejor forma posible al gran objetivo de esta primera mitad de la temporada: la Maratón de Sevilla, que afrontaré el 19 de febrero.
Al final 1 hora 43 minutos y 35 segundos, mi mejor marca personal con una mejora de casi un minuto. Los duros entrenos de estos últimos tres meses empiezan a notarse. Y lo mejor es que todavía quedan unas semanas por delante para seguir poniendo a punto el motor y sumando más motivación.
Pero Santa Pola, además, era para mi algo más. Hace cuatro años, aún con poca preparación, llegué a la meta en dos horas y cinco minutos. Hace tres mejoré notablemente con una hora y 48 minutos, pero una horrorosa salida me hizo ir a remolque toda la carrera. El año pasado una lesión me convirtió en espectador, algo que también recomiendo a todos los que tengan ganas de vivir un ambiente espectacular. Quería sentirme bien en Santa Pola. Y por fin lo conseguí. Misión cumplida. Hasta el año que viene.
