No creo que un solo hombre pueda cambiar el statu quo internacional y su posible curso, pero a decir verdad el presidente de los EE UU, Donald Trump, no es un personaje cualquiera. Con su inopinada entrada en escena se dan las circunstancias para que prospere una dinámica que puede echar por tierra el sistema mundial de gobernanza económica y política que existía hasta ahora.

El magnate D. Trump conoce muy bien, como showman de televisión a ratos perdidos, las ventajas de la sordidez y el entusiasmo que ésta despierta entre los perdedores de la globalización. Así que se presenta como el taumaturgo que va a devolver a EE UU su grandeza perdida. Compendia en él todas las señales que consideramos negativas en un líder: autoritarismo, desprecio por la libertad de prensa, conflicto de intereses, autosuficiencia, disipación, egotismo, misoginia. Rasgos que vemos, todos juntos o singularmente, en V. Putin, Erdogan, Nigel Farange, Marine Le Pen, Viktor Orbán, Al Assad o Nicolás Maduro, eso sin nombrar la nómina de dictadores que figuran en la lista de Human Rigths Watch. Los líderes citados coinciden en tres cosas: que la globalización ha funcionado mal y que por tanto hay que volver a políticas ultranacionalistas; que las reglas del Derecho Internacional no sirven , y que se está gestando una tercera guerra mundial (no solo contra el terrorismo) si bien no es todavía un enfrentamiento directo.

No soy de los que creen que D. Trump se moderará una vez asuma el poder, o que el sistema de frenos y contrapesos de la Constitución permita poner coto a sus desvaríos, pues son muchas las facultades que la Constitución le concede y que usará desde su cuenta de twitter para pasar después a la acción. Lo más obvio: enterrar los esfuerzos de Obama para avanzar hacia una democracia socialmente responsable, y perseguir las ideas y a las personas que la han llevado a cabo.

Más preocupante va ser su papel, y el de su equipo, en la nueva narrativa que se abre camino, basada en el patriotismo populista, el cierre de fronteras y el proteccionismo. Desde hace años se cuenta la historia de que EE UU, la gran potencia declinante, tiene dos grandes problemas: uno es China, tenedora de gran parte de la deuda norteamericana y jugador de ventaja en el comercio internacional; la otra es el incómodo euro, que pone trabas al manejo del dólar por parte de la Reserva Federal. De manera que la principal baza de EE UU residiría en hacer valer su supremacía militar.

Aunque suene a ciencia-ficción son muchas las señales de que D. Trump apunta a China como el enemigo principal. A diferencia de la administración Obama, que trabajó duro para establecer un entramado político y comercial que compensara la creciente influencia de China en el área del Pacífico, la tentación de Trump bien podría ser la de alimentar la tensión existente en la zona para avalar posiciones de tipo militar. En este contexto, la alianza con Putin es necesaria, así como el desmembramiento de la Unión Europea, que Trump alienta en no menor medida que sus aliados de la internacional populista.

Con todo, la posición de Trump tiene obvias debilidades. La opinión pública norteamericana es fuerte y no permanecerá callada. El discurso de toma de posesión evidencia que la división del pueblo norteamericano irá a más, pues es imposible unirlo a partir del populismo ramplón propuesto por el Presidente a manera de programa. No quiero ni pensar lo que podría suceder si el pueblo norteamericano se tomara en serio las palabras de Trump en su discurso, cuando dijo que él había sido elegido para dar la voz al pueblo.

Por otro lado se adivinan innumerables conflictos legales y constitucionales derivados de la turbia trayectoria de Mr. Trump, que van desde posibles acusaciones de alta traición a conflictos de intereses, pasados y futuros, y a conductas indecorosas. Ya se leen titulares en la prensa norteamericana que sitúan al Presidente como el hombre de Putin en la Casa Blanca. No son simples ironías, sino supuestos que vienen avalados por las displicentes y soeces declaraciones de un crecido Putin, las cuales evidencian que, entre ellos, hay algo más que buen feeling.

Donald Trump y el mundo que trae consigo nos introducen en tierra ignota. Habrá que remar, justamente, en la dirección contraria.