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Luis M. Alonso

Primero, la autoridad

Iglesias no negociará con Errejón y Errejón tampoco pactará con Iglesias. La lucha en Podemos no es ideológica, ni siquiera estratégica, es de poder.

Irene Montero, la jefa de gabinete del líder, ha dicho claramente que la dirección no debe repartirse entre las familias. Para ser tan neófita la organización, existen, además, demasiadas familias dentro de ella: los pablistas, los errejonistas y los anticapitalistas, que se sepa.

Pablo Iglesias ha querido jugarse su órdago de si gano me quedo si pierdo me voy, algo que está resultando irresistible para los políticos que obligan a decidir entre el respaldo incondicional y la fuga, para después volver. Y que también pone de manifiesto cierta querencia o arrogancia. Fue lo que hizo Sánchez en el PSOE y seguramente no ha dejado de lamentarse por ello.

En Italia, Renzi dijo que dimitiría si perdía el referéndum constitucional, y el país ya tiene un nuevo primer ministro no elegido por el pueblo. Ahora Errejón está convencido de que Iglesias puede ser el Sánchez de Podemos. Por eso aguarda los idus de enero en Vistalegre, donde el pequeño timonel puede perder su proyecto político.

Lo que está en juego, ya digo, no son las diferencias ideológicas, que no van a ningún lado comparadas con las ambiciones personales. El «proyecto», no se equivoquen, son Iglesias, Errejón, Sánchez o Renzi, que pretenden reforzar su autoridad.

Si no fuera así se podría arreglar cediendo todos en pos de la unidad.

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