Agárrate los machos, que vienen curvas. Me senté con mi familia a ver el espectáculo que supone la toma de posesión de un país democrático que lo lleva haciendo desde hace casi 300 años. No defraudó a nadie. Con esa escenografía propia de los Oscar de Hollywood, con hileras de coches blindados, helicóptero para el Presidente saliente, avión presidencial que se lleva a Obama a California, música, salvas al aire? el acabose.

Pero a mí me interesaba el discurso del Presidente Trump. Y, por supuesto, me equivoqué. Pensé que el cargo insuflaba determinada sensatez que, desde luego, no se vislumbró por ningún lado. Ya, ahora me dirán ustedes que la gente lo ha votado. No me jodan, que ya lo sé. Como también votaron a Hitler y a otros especímenes. No hay democracia más sana que la que permite criticar lo que la gente vota. Y no voy a entrar en la dinámica de justificar un voto u otro. O decir porqué perdió la Clinton ante semejante animal. Lo pueden haber votado millones de personas, pero mi percepción de él no se suaviza por esa estadística.

Algunos de los mensajes lanzados ya los había escuchado yo en el pleno de mi pueblo, Elda. Donde los de Podemos, o como se llamen aquí, nos hacen ver día sí, día también, que no representamos al pueblo. «Vamos a traspasar el poder de Washington al pueblo», dijo el pájaro y no se le movió el pelamen. El mismo populismo que alcanza a desdibujar el poder representativo. Tendré que decirle a mi diputada de Ciudadanos, Marta Martín, que traslade el poder de Madrid al pueblo. Que debe ser algo así como «dejadme que haga lo que me salga de las pelotas, porque yo sí que os represento y no esa banda de burócratas y políticos de chicha y nabo». Todo dicho. Póngase en manos de un populista cualquiera y échese a dormir. Que lo arreglan todo.

De repente me vino a la cabeza el populismo peronista. Eva Perón ya lo dibujó al estilo de Trump: «El capitalismo foráneo y sus sirvientes oligárquicos y entreguistas han podido comprobar que no hay fuerza capaz de doblegar a un pueblo que tiene conciencia de sus derechos». Y escuché a Trump decir: «Nunca seréis ignorados de nuevo». En ese toque mesiánico en el que prometió acabar con las drogas, y liberar a la Tierra de las enfermedades. ¡Joder, este es nuestro hombre! Lo único que se parece al Presidente de Filipinas cuando quiere matar a los drogadictos. Malnacidos, si esa es la solución. Llamad al Doctor Bartolomé Pérez del Hospital de San Juan, que ese sí que sabe de la droga y de sus víctimas. Rapaces.

Todo era vacuo. Promesas facilonas y entreguistas, para un público que habría cogido rápido el fusil para acabar con los que molestan. Me quedé parado. Me quedé triste y apesadumbrado. ¿Es esta la sociedad que quiero para mi hijo? ¿Qué tenemos que cambiar en la política y los políticos actuales para que no llegue un personaje como este, y otros que han llegado, al poder desde el populismo?

Como no, su frase de «estaremos protegidos por Dios», me revolvió el estómago. ¿Es ese mismo Dios al que Trump hace referencia al Dios que rezo yo cada día? ¿Es esa misma divinidad a la que yo le pido por los más desfavorecidos a la que él le dice que va a construir un muro? ¿Qué Dios escucha eso que no sea un dios en minúscula y mentiroso? Es el dios del dinero y de la falsedad. Para acercarte a Dios, al Dios verdadero, arremetiendo contra los pobres inmigrantes que quieren hacer grande América, has de cambiar tu espíritu. No leáis tanto la Biblia, si no estáis dispuestos a cumplirla. Menos postureo.

Yo sólo me convertiré al nuevo Presidente Trump si me compra el piso que tengo en venta. Porque si está dispuesto a decir tantas vaguedades, tantas simplezas y tantas promesas que no cumplirá, mejor que empiece por los que no le respaldamos. Un nuevo tiempo viene que se parece a algo muy antiguo. Si el populismo sopla con fuerza, no hagamos muchas mudanzas como dicen los jesuitas. Malos tiempos para la lírica.