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Tomás Mayoral

House of Trump

Eché en falta en la retransmisión de ayer del solemne (por decir algo) juramento de Trump como presidente de los Estados Unidos un repentino cambio de plano que metiera en cuadro esa cara de cínico irrrepetible que se gasta Frank Underwood, explicándonos, directamente a cámara, que «la democracia está sobrevalorada». Pero el plano no cambió y en vez de la cara esculpida en piedra, del monte Rushmore, de Kevin Spacey solo pude ver el rostro, igualmente pétreo, pero por otros motivos, del impagable Donald, desde ayer nuevo emperador del Mundo Libre.

Vaya por delante que el hombre con la corbata roja más larga del universo conocido es la prueba palmaria de que el sueño americano está de nuevo vigente. Cualquiera puede llegar a ser presidente de la mayor nación sobre la tierra. Pero no se engañen: un cualquiera no llegaría a esa cúspide del poder. Apliquemos a Underwood, aunque esta vez retorciendo su argumento 180 grados, para entender qué hace este aparente gañán ahí, en todo lo alto: «Qué desperdicio de talento. Él eligió el dinero en vez del poder, un error que casi todos cometen. Dinero es la gran mansión en Sarasota que empieza a caerse a pedazos después de diez años. Poder es el viejo edificio de roca que resiste por siglos. No puedo respetar a alguien que no entienda la diferencia». Pues bien, Donald ha entendido la diferencia. Triunfó en los negocios, triunfó en la televisión y si nos guiáramos por la opinión más común, que pocas veces está hecha de un sentido con la misma cualidad, también en la vida. Todas esas cosas se le quedaron pequeñas y, por tanto, lo normal para un ego inmenso como el suyo era que tarde o temprano intentara triunfar en la política. Eso sí, como en la vocación, son muchos los llamados y muy pocos los elegidos. ¿Por qué Trump sí y otros no? Ahora que ya no queda remedio, demostremos espíritu deportivo y admitamos que Trump podrá ser muchas cosas, la mayoría no mencionables aquí, pero no es un imbécil. Su campaña es modélica: no tengo nada que perder y todo por ganar, así que lo voy a hacer «my way»: buscando que todos los perdedores voten al ganador. Empecemos a entender a este hombre que puede acabar con todos nosotros. Odiar a nuestros enemigos, como decía Michael Corleone, podría afectar a nuestra razón. Eso que ahora no debemos perder.

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