Un sol desmedrado asomaba por encima de los caballetes de las casas que rodeaban la plaza cuando el Tío Carlicos acababa de afeitarse. Antes, cuando el tañido de la campana de la ermita no solo había anunciado el amanecer del día que estaba bajo la advocación del santo, sino también convocado a los hombres para la recogida de la leña, se había asomado a la plaza, descubriendo que el agua del pilón estaba congelada. El invierno, un año más, se presentaba muy hosco.

Asumía que su responsabilidad, como mayordomo mayor, era estar al frente de los hombres en los preparativos de la celebración; mal que le pesara a su esposa, que no veía con buenos ojos tanta ocupación para un rato.

Tras tomar un café junto al hogar recién encendido de la casa solariega, salió abrigado a la plaza descubriendo a Juan, su yerno, en el quicial del postigo de la ermita que se abría a la plaza. Fue a su encuentro. Aguardaba a los demás para bajar a las huertas de la ribera a recoger ramas y cepas viejas. Después de la intensa poda llevada cabo en las semanas anteriores, a buen seguro que habría suficiente para formar las gavillas que prenderían por la noche.

Al poco, apareció Julio con el mulo que las acarrearía hasta la campa donde allegarían la leña. El cura párroco ya les había advertido que tendrían que situar la hoguera lo más alejada posible de la ermita, pues de lo contrario se ahumarían las paredes, que lucirían negras, bisuntas, hasta Dios sabía cuándo.

Después de tomar un aguardiente para atemperar sus cuerpos en la taberna del Tío Pascual, los hombres bajaron al soto, seguidos del mulo, por la senda del río. Algunos medieros les estaban aguardando para ayudarles en la recogida.

Cumplida la misión, y antes de iniciar las labores cotidianas propias del rico hacendado que era, el Tío Carlicos fumaba un cigarro en la plazuela mirando hacia el castillo de torres desmochadas.

Crees que algún día esta costumbre cobrará auge, Carlos -preguntó Juan rompiendo un silencio friolento-

No sé, no sé? -Repuso el Tío Carlicos mientras arrojaba con fuerza una vaharada de humo.

Casi cien años después, los moros y cristianos de Elda celebran su medio año festero por san Antonio Abad.

Nota del autor: El Tío Carlicos fue el remoquete por el que atendía Carlos Gil Juan (1859-1935), que ostentó lo que hoy equivaldría a la presidencia de la Mayordomía de San Antón durante el primer tercio del siglo XX. Su yerno, Juan Busquier Gil (1887-1962), siempre le ayudó en todos los menesteres de su cargo.