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Arturo Ruiz

Venganza gélida

Navajazos dialécticos ante los periodistas que casi rompían los micrófonos, traiciones por sorpresa al compañero/camarada de toda la vida, alcaldes que se quitaban y se ponían como piezas de ajedrez, venganzas servidas bien frías a lo largo de los años y de las generaciones, bailes de siglas y de tránsfugas, conspiraciones orquestadas ya no sólo en los despachos de los ayuntamientos sino en reservados discretos de alejados restaurantes. Nuestra política ha sido así. Al menos en parte. Sobre todo en los últimos lustros, frenéticos años de crecimiento urbanístico, adjudicaciones y suntuosos contratos con grandes concesionarias municipales, que fueron los tres jugosos negocios que confundieron la política con la economía y a veces los tres con los tribunales. Pasó eso en todos los sitios. Pero en los pueblos pequeños, fue más visible. Incontables historias ilustran todo ese ruido. Por ejemplo, la de Benissa, la Marina Alta, poco menos de 12.000 habitantes.

Allí, la izquierda ha aprovechado la reciente dimisión del popular Juan Bautista Roselló (PP), alcalde durante los últimos 18 años, para unirse y entregarle la vara de mando a Abel Cardona, de Reiniciem Benissa, movimiento similar, salvando distancias, matices y latitudes, al de Ada Colau en Barcelona. Como resultado, el sucesor elegido por el PP para seguir mandando en Benissa, Arturo Poquet, se ha quedado en la oposición. Ahora bien, para tal operación, los progresistas han necesitado, y han obtenido, el voto clave de Isidor Mollà, de Ciudadanos. Roselló y Mollà han mantenido una titánica y apasionante batalla durante 30 largos años.

Mollà también fue alcalde, entre 1987 y 1999. Lo fue por encima de todos los partidos: el típico alcalde de pueblo que ganaba elecciones con dosis de carisma y simpatía sin que importaran las siglas. De hecho, primero perteneció al CDS y después a un partido independiente que acabó vinculado al Bloc (es graciosísimo por eso que Mollà haya acabado en Ciudadanos). Pero no perdamos el hilo. En el 99, Benissa entró en la normalidad. Es decir, que el PP ganó allí como ganaba en todas partes y puso fin al experimento Mollà. Roselló fue el nuevo alcalde. Fueron años de prosperidad. Y de mucho urbanismo. Roselló intentó hacer un nuevo Plan General, impulsó proyectos repletos de sombras como el de la Ronda de los Cotino, se hizo diputado provincial y su gabinete acabó algo salpicado, aunque sin ninguna consecuencia legal, por la Operación Taula: a su ayuntamiento le dio por adjudicar la mayoría de obras a un empresario que acabó imputado en ese caso de corrupción, uno de tantos que quebró la paz del PP valenciano. (Otro de los imputados fue el ex alto cargo del PP David Serra... que es de Benissa).

A lo largo de estos 18 años de mandato de Roselló, Mollà esperó con paciencia eterna su oportunidad mientras denunciaba los supuestos desmanes de su rival. En diciembre, Roselló dimitió. Ahora, ha dicho que hizo eso porque Mollà le aseguró que si se marchaba no haría una moción de censura con la izquierda; pero en el pleno para elegir al nuevo alcalde, Mollà le dio a esa misma izquierda la vara de mando y denunció presiones intolerables del PP para que no lo hiciera. Ciudadanos, siempre con dificultades para entender las vicisitudes de la política local, amenaza ahora con expulsarle. Poco le importa a Isidor Mollà. Hay venganzas frías -gélidas- que merecen una expulsión. Merecen toda una vida.

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