En aquellos tiempos no tan lejanos, al servicio de Ortiz, como concluye en sus considerandos el juez, no solamente estaban Castedo y Alperi, o el PGOU, sino prácticamente la ciudad entera, incluyendo claro está el Hércules. La entidad era uno más de sus peones en el entramado empresarial que construyó el señor del ladrillo a uno y otro lado de la ley. Si hacía y deshacía lo que quería en el diseño urbanístico de la ciudad, cómo no iba a hacer lo mismo con la entidad blanquiazul. Un juguete que pusieron en sus manos, al que nunca le dio el valor que se merecía. Nunca le importaron sentimientos e historia. Tanto es así que tuvo la desvergüenza de, para parchear un problema de los tantos que creó en el club, no tuvo reparos en poner en la presidencia del Hércules a Suso García Pitarch, Suso I de Ortizlandia, tierra de Ortiz, dominios que le entregaron para mayor gloria de él y padecimiento del herculanismo.

La trayectoria de Ortiz como máximo accionista del Hércules está jalonada de despropósitos y dislates, pero sin duda su gran desatino, su mayor disparate, que quedará en los anales de la historia del club, fue el nombramiento como presidente de la entidad de García Pitarch. Nunca, excepto un breve periodo de tiempo, Ortiz ha cumplido con la norma no escrita de acceder a la presidencia siendo el dueño absoluto del club. Siempre ha dejado este trabajo en manos de otros, nombrados a dedo por incomparecencia del patrón y propietario. En la primera etapa el cargo recayó en los hombros de su cuñado, Carratala, que dentro de lo que cabe no desentono a pesar de su inexperiencia. Más tarde vendría la presidencia de Botella, que entre los honrados, ha sido sin duda quien más se lo merecía, no ya tan solo por su más que demostrado compromiso con el Hércules, sino también porque le iba a su bolsillo. Tras Valentín Botella, fue ungido en el trono de Ortizlandia Suso I, mata equipos, que tuvo que salir por piernas al año de su coronación. En la actualidad, ocupa la presidencia Parodi, que no es más que el instrumento de un Ortiz que no da la cara ni le interesa el devenir de la entidad, mantenido en su agonía por el vasco Ramírez.

La entronización de García Pitarch como Suso I surgió en aquellas fechas en las que la dirección deportiva del Hércules seguía en manos de Sergio Fernández, otrora asesor de cabecera de Ortiz, que al caer en desgracia ante el patrón, sufrió la persecución y el acoso que devino en el gran dislate de primero contratar a Suso para el mismo trabajo, y como en el organigrama estaba por debajo de Fernández, y lo de los presidentes le venía al pairo al dueño y señor, pues ni corto ni perezoso lo nombra, para vergüenza de la afición y la historia del Hércules, presidente del consejo de administración. Arriba en el escalafón para poder sujetar al incomodo Fernández. Así era y así es Ortiz. De psiquiátrico, el club en manos de una pandilla de orates.

Luego vino Quiquelandia, aquella coincidencia planetaria de tres Quiques en lo más alto del club que nos llevo a segunda B, con la incorporación de Pina, el agente de los Pozzo en España y Hernández el bueno, pero el mal ya estaba hecho. El Hércules en Ortizlandia y con Suso de regente, puso los mimbres para el desastre posterior, no se descendió de milagro ocupando la decimoséptima posición a tres puntos del descenso en una Liga de 22. Al tiempo Suso, no contento con arruinar la imagen del Hércules y dejarlo en la UCI, recaló en la ciudad del Turia, y de nuevo ha tenido que salir por piernas tras su nefasta gestión que ha dejado al asiático Valencia al borde del precipicio.

Pero lo peor de todo es que nadie podrá borrar de los libros de la historia deportiva herculana, entre tantos ilustres alicantinos y herculanos de corazón que han pasado por la presidencia del Hércules, el de Jesús García Pitarch (4 de julio de 2012 - 31 de mayo de 2013). Ahí quedará como una mácula imborrable por un capricho más de Ortiz.