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Discordias básicas

Los asuntos públicos se eternizan en la posición de ataque, pese a que todos los tratados de buena política recomiendan el tiempo de descanso. El mando y ordeno se impone al consenso, entorpeciendo así acuerdos duraderos en beneficio de la inmensa mayoría. El mal uso de las nuevas tecnologías provoca que la velocidad de la información distorsione el debate, ese foro de encuentro necesario donde los argumentos siempre convergen. El «tuitazo» de Trump supone la expresión máxima de la agenda internacional, una moda para cuatro temporadas, como mínimo.

En la España actual persisten los duelos, aunque alejados de aquellos combates de honor que popularizaron los caballeros del siglo XV, y siempre con los medios por testigos, pero sin alcanzar la rivalidad poética que hubo entre Quevedo y Góngora, la más famosa disputa de la literatura universal. El dictamen del Consejo de Estado sobre el accidente del Yak-42 señalando directamente a Federico Trillo ha sido celebrado como una victoria por Baltasar Garzón. Que el aún embajador (exministro) y el abogado (exjuez) se tenían ganas era conocido. Las reacciones de ambos, pese a ser previsibles, son preocupantes. Alejadas, mucho, de lo que se espera de personas con sentido de Estado.

Ni Trillo puede salvar su responsabilidad en la autorización de un vuelo con una aeronave sin garantías, exhibiendo los últimos resultados de las urnas; ni Garzón debe erigirse como justiciero sumarísimo. Esa enemistad larvada en los juzgados, cuando el entonces dirigente popular era el estratega jurídico de su partido, y el magistrado de la Audiencia Nacional hacía de experto mediático en abrir sumarios contra la corrupción, parece dejar al margen a los damnificados de aquella tragedia donde murieron 62 militares. Las dos banderías, otra vez miopes, desfiguran un dramático suceso.

Garzón no olvida que el PP, con Trillo a la cabeza, consiguió apartarlo de la carrera judicial, mientras que el exministro se refugió en el cuerpo diplomático sin pronunciar ningún perdón. Los grupos de fans de cada uno, donde figuran supuestamente servidores públicos, anhelan los días de crispación. Sin embargo el periodo actual invita al diálogo. Es triste irse tan lejos, a la Transición, para encontrar aspirantes a estadistas. Pero si Adolfo Suárez y Santiago Carrillo no hubieran antepuesto el interés del país, la historia sería otra, aunque el más beneficiado fuera Felipe González. Cuando la concordia sigue ausente en cuestiones fundamentales, el fracaso es colectivo.

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