Nunca he pretendido -¡Dios me libre!- sentar cátedra con mis tribunas, ya que, para ese menester, hay gente mucho más cualificada que éste triste «junta letras», «plumilla» o «escribidor», como diría un amigo de Torrevieja. Es gente que, por su labia, sabe desenvolverse al más puro estilo «vendedor de humo», que, como diría Serrat, en su copla «El Titiritero», va «de aldea en aldea cantando sus sueños y sus miserias», pero que, «tal como vino, sigue su camino solitario y triste», porque «su gloria» es tan efímera que, por suerte para los lugareños, no deja huella. Es ese tipo de gente que, no obstante, sabe llevar a su terreno -o trata de hacerlo- a quienes les da lo mismo «so que arre», aunque, por suerte, cada vez son menos, porque, como suele decirse, un «tío informado es más difícil de manipular», aunque no es menos cierto que «un pesimista es un optimista bien informado».

¡Si, pariente; mal empezamos!. El «postureo» de los políticos llega a extremos insospechados y -por lo menos a mí- jode mucho que se utilicen los símbolos de un pueblo para beneficio propio, aunque al político de turno termine por vérsele el plumero y, en su infinita ignorancia, no se dé cuenta de ello. Y me pregunto ¿qué falta hacía que Quino I de Morella, «el Magnánimo», viniese a sus «territorios» del sur para hacerse la foto en la Casa Museo Miguel Hernández?. Creo que, como suele decirse en la huerta «vegabajera», alguien tenía que haberle recordado que «donde has pasado el verano pasa el invierno», porque en Oleza hemos aprendido a saber llevar la orfandad institucional y a subsistir sin la presencia del «virrey de las Valencias». Pero no, ¡se le puso la alfombra para, como dice Pablo Milanés, «pisar las calles nuevamente», y añadiría yo, «de lo que fue Orihuela olvidada».

La semana pasada terminé diciendo que este año, con motivo del 75 aniversario de su muerte, ha sido declarado «Año de Miguel Hernández». Decía que «empezamos calendario nuevo, pero con vicios viejos; creo. ¡Empezamos el Año Miguel Hernández; hagámoslo bien!». Y hacía votos para que se organicen eventos/actividades acordes con la efeméride, pero se ve que la cosa no cuajó, ni entonces ni ahora. Me refiero a eso de hacer las cosas bien, a llamarle a cada cosa por su nombre, sin «marear al personal» ni «mear fuera del orinal», porque a la larga, eso pasa factura.

Quino I de Morella, «el Magnánimo» grabó su discurso de fin de año bajo la misma higuera que sirvió a Miguel Hernández para sobrellevar la canícula estival oriolana, como lugar de descanso tras una jornada cuidando el rebaño de cabras propiedad de la familia Hernández Gilabert y donde escribió alguna de sus obras de juventud. Interpreto -porque no puedo interpretarlo de otra forma- que esa decisión -la de grabar el «mensajico» de fin de año- no es ni más ni menos que un guiño para ganarse a un pueblo que, de siempre, ha estado -¡y está, qué coño!- dejado de la mano de los hombres, porque la de Dios está presente en sus calles, dada su condición de «ciudad santa». ¡Un guiño que, ojalá me equivoque, se le puede volver en contra, porque los oriolanos están muy hasta los «bembembes» de «tontás» y de que les tomen el pelo!.

Y, como digo en el título de esta tribuna, ¡mal empezamos, pariente!, porque, por desconocer, el «virrey de las Valencias» -¡y mucho más su equipo de documentación!- desconoce dónde está la casa natal de Miguel. Esa casa, en la que nació el autor de «Vientos del Pueblo», no existe. Aquella casa, que fue adquirida por el Ayuntamiento siendo alcalde José Manuel Medina, fue derribada y, en el solar resultante, en la calle de San Juan, se construyó otra que nada tiene que ver con la que acogiera el alumbramiento de Miguelín/Miguelico -¡no sé como llamarían al poeta en sus primeros años!-. Visenterre, padre de nuestro prohombre, decidió trasladar a su familia a la calle de Arriba, porque la vivienda era más grande -¡no mucho!- y sobre todo porque tenía corral y cuadras para recoger y guardar las cabras, y es allí donde está la casa que compró el consistorio oriolano presidido por Pedro Cartagena Bueno, rehabilitada durante la legislatura de Francisco García Ortuño e inaugurada como Casa Museo por Vicente Escudero Esquer, acto al que, entre otros, acudió Francisco Fernández Ordoñez, en calidad de presidente del Banco Exterior de España, mecenas -a través del Banco de Alicante y por la intermediación de Rafael García-Pertusa- de la restauración del inmueble. O sea; ¡una cosa es la casa natal y otra muy distinta donde vivió Miguel Hernández!. ¡Vamos a ver si, por lo menos, cuidamos esos «pequeños detalles», porque de lo contrario, si se falla en lo más básico/elemental, mal va la cosa para organizar los actos que se pretenden para conmemorar la efeméride de la muerte del poeta!. Por lo menos es lo que creo yo, ¡desde mi más que discutible punto de vista!.

Por eso, ya que no cuidamos la forma, cuidemos el fondo y, como dije hace una semana y siempre que no os parezca mal, ¡empecemos bien el Año Miguel Hernández, socio!. ¡Honor y Gloria a Quino I de Morella!