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José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Año nuevo e idénticas actitudes

El año comienza con malos augurios para la libertad, para la recuperación de los valores de respeto a las convicciones ajenas y a las reglas que constituyen el llamado estado de derecho. Tres noticias, al menos, han saltado a la opinión pública y las tres, de modo incomprensible, han sido tratadas sin darles la importancia que tienen o, lo que es peor, abundando y ensalzando lo que de negativas poseen. Y es que este país se va degradando al paso que sus ciudadanos sucumben ante las normas impuestas por no se sabe bien quién, pero perfectamente sincronizadas para alcanzar la sumisión buscada de propósito. A nadie preocupan ya conductas autoritarias que se han ido incorporando poco a poco a la normalidad, hasta el punto de ser aceptadas obsecuentemente por todos.

-Trillo. Considero razonable que se le exija responsabilidad en relación con un cargo, el de embajador en Londres, de designación política. Resulta coherente la imputación de negligencia como ministro con la demanda de dimisión de un cargo derivado de una decisión política. Ahora bien, de ahí a llegar al extremo desproporcionado de exigirle la renuncia a su puesto de letrado del Consejo de Estado, ganado por oposición, media un abismo. Exigir una suerte de responsabilidad disciplinaria sin ley que lo establezca o contra la ley, es un despropósito que atenta derechamente contra el principio de legalidad. Imponer una pena o condena sin ley anterior, que es lo demandado por políticos ignorantes y peligrosamente escorados hacia la represión que exhiben sin pudor y sin vergüenza, es impropia de un sistema constitucional.

-Antonio Salas, magistrado del Tribunal Supremo. Valoro como un bien la libertad de expresión y de opinión y un mal y una rémora, toda limitación a derechos fundamentales que promueven la riqueza argumental y el hallazgo de la verdad. No hay verdad si solo cabe una versión de las cosas, impuesta por consideraciones morales, políticas o ideológicas. De ahí que rechace los sistemas autoritarios, de cualquier signo.

La violencia de género es un drama que debe ser afrontado con rigor. Pero, al respecto de su análisis, de sus causas y soluciones, no cabe establecer una teoría como absoluta e indiscutible. La preponderante responde a planteamientos feministas, respetables, que vinculan esa violencia con la necesidad de transformar la sociedad en profundidad. Hay quienes, como Salas, consideran que, siendo necesario reforzar la igualdad, la erradicación de la violencia de género no precisa necesariamente un cambio tan profundo en la sociedad y en sus valores. Y ese punto de vista es legítimo y debe ser conocido, también criticado, tanto como la versión mayoritaria o políticamente correcta en una democracia. La razón no es absoluta, ni privativa y en un régimen de libertad no puede haber verdades oficiales que empobrecen el debate y la contradicción de ideas.

-El secretario jurídico de la comisión de garantías democráticas de Podemos en las Baleares, cuyo nombre omito, ha sido sorprendido criticando a una militante, reconviniéndola por su conducta personal, que no considera suficientemente de izquierdas. Este dirigente, predicador de una moral excluyente y exclusiva en su fantasiosa imaginación, considera y le dice que una persona de izquierdas no puede asistir a comuniones, ni a funerales, ni llevarse a su marido a reuniones. Ella le contesta, temerosa, que no lleva a su marido, que su marido va con ella. Vuelve él a reprenderla porque el marido habla en dichos actos públicos y la pobre debe justificarse alegando que recomienda a su marido no hacerlo, pero que él gusta de participar y hablar. Y, al final, el mentado demócrata, representante de la tontería y de, ya se ve, ciertas personas «libres» que están dispuestas a renunciar a su libertad por pertenecer a clubes tan exclusivos de la estupidez, termina amenazando a la presunta y peligrosa derechista, que asiste a funerales, con un expresivo: «si eres buena niña, te buscamos un trabajo».

Ser de izquierdas, en algunos lugares, no es ya una posición respecto de la justicia social, la igualdad y la libertad. Parece más bien una pose externa que se traduce en aparentar anticlericalismo y cualquier «otro ismo» más que se le ocurra a los prebostes de la ética indeterminada que predican e imponen. Y, siempre, callar ante la autoridad si se quiere prosperar. Todo esto suena a rancio y peligroso. Vamos, que da miedo. Si algún día este tipo de energúmenos alcanza el poder, no quiero imaginar qué podrán hacer, porque su imaginación para la represión está acreditada.

Ha dimitido el sujeto. Lo que pasa es que ya son muchos y muchas las ocasiones en las que este tipo de comportamientos enfermizos y conocidos siempre como autoritarios, se van imponiendo en líderes que forjan su mando adornados de virtudes democráticas que tienen mucho que ver con esa cosa que llamaban «centralismo democrático», puro estalinismo.

Frente a este tipo de conductas hay que reaccionar, con la razón y también con la fuerza de la palabra. No es aceptable renunciar al progreso y regresar a tiempos de oscuridad intelectual, de sometimiento a un poder difuso, pero representado por gestos de intolerancia e imposición.

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