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Arturo Ruiz

Resaca en el pantano

Juanjo Braulio disecciona en «El silencio del pantano» las últimas dos décadas de frustración de esta Comunidad: a principios de este siglo, creían los valencianos que eran el epicentro de una Europa fascinada por sus complejos temáticos y los palcos «vip» que se asomaban a los circuitos urbanos por donde rugía la Fórmula 1; cuando todos aquellos oropeles se hundieron embarrados de corrupción, este mismo pueblo antaño orgulloso cayó en una tremenda crisis de autoestima: se avergonzó de sí mismo. Y en esas estamos aún. En la amarga resaca de la caída de los dioses. Ayer perdíamos todas las cajas de ahorro, hoy el Valencia, un equipo que hace una década daba miedo, se autodestruye con esa intensidad con la que sólo se pueden autodestruir los buenos valencianos, exagerados incluso en el desastre. El club de Mestalla pertenece a un magnate que lo ha troceado para hacer negocio y que ahora permanece ilocalizable en Singapur mientras todo se derrumba y Prandelli y García Pitarch y hasta el que vende las entradas de los domingos se largan. El problema del fútbol es el mismo que el de las cajas: nos hemos descapitalizado; hemos malvendido la casa; nos hemos convertido en chicos de los recados de los más listos del planeta.

Braulio lo cuenta de forma más poética: asevera que esta tierra debe su prosperidad a que está asentada sobre un pantano que le dio la humedad suficiente para parir una de las agriculturas más ricas del planeta, pero cuyos cimientos fijados en barro se pusieron a temblar con tanto golpe de ladrillo: a nadie se le ocurrió pensar que construir casas está muy bien, pero que hacer demasiadas y no hacer otra cosa tiene sus riesgos. Total, que con el peso de tanto apartamento vacío todo amenaza con venirse abajo, engullido por el pantano. No se crean que lo de Braulio es un poemario; es una novela negra en la que hay un justiciero que acaba con los malos y venga a las víctimas. A estas últimas, las conocemos muy bien, son nuestro propio espejo: el chaval que dejó los estudios para dedicarse a la construcción, ganar 3.000 euros al mes y adquirir moto de alta cilindrada y piso de lujo hasta que la crisis le expulsó del paraíso y de la vivienda, le arrojó a la cola del paro y obligó a su mujer a ganarse la vida cuidando a los hijos de otros; o los universitarios de los noventa que se hicieron ejecutivos en empresas hoy desaparecidas donde deberían haberse jubilado y que ahora se preguntan cómo es posible que esto les pasara a ellos. Nos pasó a todos: aún seguimos mascando el sabor acre de la resaca del pantano, por muchas recuperaciones que nos venda Rajoy.

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