Es sabido que l´Alfàs del Pi alberga la población noruega más numerosa después de la residente en Londres. No es de extrañar la elección de este lugar, bendecido por el sol y la benignidad del clima mediterráneo, junto a la playa del Albir y al abrigo de la Sierra Helada.

Desde hace unos meses, esta bella localidad alicantina está hermanada con Covarrubias, el hermoso pueblo burgalés, a orillas del río Arlanza, cercano a Lerma y a Santo Domingo de Silos, famoso por su arquitectura medieval de casas entramadas, la Colegiata de San Cosme y San Damián, el Torreón de Fernán González -o de Doña Urraca- y sus espléndidas cerezas.

Covarrubias, «la villa rachela», conserva una estrecha vinculación con Noruega ya que la princesa Kristina, a quien los vecinos profesan una auténtica devoción, está enterrada en la Colegiata.

En el siglo XIII, los reyes Alfonso X, de Castilla, y Haakon IV, de Noruega, animados por intereses políticos, acordaron el matrimonio de la princesa Kristina, hija del monarca noruego, con uno de los hermanos del rey Sabio.

Según narran las crónicas hispánicas, la princesa tenía «bellos ojos azules como nuestro cielo, largas trenzas rubias como nuestro sol y la tez blanca como la nieve de los montes escandinavos».

La princesa emprendería el viaje hacia su destino, tal vez consciente de que era un camino sin retorno. En 1257 partió desde Tonsberg una nave con un séquito numeroso. La comitiva inició su periplo por el Mar del Norte, continuó por el Canal de la Mancha hasta Normandía, atravesó Francia, y llegó a Barcelona donde la princesa fue recibida con honores por el rey de Aragón, Jaime I, quien, según dicen, quedó tan fascinado por ella que pidió su mano.

Después de pasar por Soria, llegaría a Burgos en Nochebuena para alojarse en el Monasterio de las Huelgas, acogida por la abadesa doña Berenguela, hermana del rey. En Palencia, la recibió el propio rey Alfonso para acompañarla hasta Valladolid, donde el 31 de marzo de 1258 se celebraron los esponsales con el infante Felipe de Castilla. El matrimonio viajó a Sevilla para instalarse en la ciudad del Guadalquivir. Cuatro años después, fallecía la princesa.

La incerteza sobre la causa de su fallecimiento contribuyó a la difusión de diversas hipótesis. La más plausible fue la de una infección en los oídos, aunque la más romántica era la nostalgia de su tierra. También corrió el rumor malévolo de su envenenamiento a manos de doña Violante, la esposa del rey Sabio, a causa de los celos.

Sea como fuere, Kristina murió en la capital hispalense sin dejar descendencia, pero fue enterrada en Covarrubias, un lugar especial para su esposo por haber sido abad de la Colegiata. Durante largos siglos yació ignorada, perdiéndose el rastro de su memoria. Dicen que ese silencio lo impuso el rey porque ella representaba el doloroso recuerdo de su frustrada aspiración política o, quizá, de su malogrado amor.

Sin embargo, en el año 1958, a propósito de la investigación llevada a cabo por la Institución Fernán González, se abrió el sepulcro de hojas de vid labradas en piedra situado en el claustro de la Colegiata. En su interior, un modesto ataúd de madera guardaba el esqueleto parcialmente momificado de una mujer alta, ataviada con ropajes y joyas regias, que aún conservaba las uñas y el pelo rubio. El dictamen fue concluyente: era la princesa Kristina, infanta de Castilla.

Cuentan que junto a ella se halló un pergamino con una receta para curar el mal de oído y unos versos, tal vez como muestra del «amor constante más allá de la muerte». Actualmente, junto a su sepulcro, una campana puede ser tañida por quienes ansían encontrar el amor.

Pero, sin duda, el legado de la princesa Kristina ha sido forjar la alianza hispano-noruega, especialmente manifestada entre Covarrubias y l´Alfàsdel Pi. El loable empeño de sus respectivos alcaldes, Oscar Izcara y Vicente Arques, ha permitido suscribir el compromiso que permitirá la realización conjunta de actividades culturales relacionadas con el país escandinavo.

En octubre del pasado año, una delegación del Ayuntamiento de l'Alfàs visitó la «villa rachela» para rubricar el hermanamiento, con ocasión del vigésimo aniversario de «Notas de Noruega», el festival musical de raíces noruegas celebrado anualmente en la ermita de San Olav, cuya construcción era un deseo de la princesa.

En Covarrubias, situada frente al pórtico de la Colegiata, e idéntica a la que se halla en la localidad noruega desde donde partió, se alza la hermosa escultura de la princesa Kristina, reparadora de un olvido inicuo, de la que quedan prendados irremisiblemente los visitantes.

A veces, cuando la ciudad duerme, el rumor del Arlanza trae los versos del poeta, entonados por una dulce voz femenina con acento extranjero: «no me busques en los montes por altos que sean, ni me busques en el mar por grande que te parezca...»

Y es en «esta tierra llana, con puente y pinar, con almena y agua lenta», cuna de Castilla, donde buscamos a la «Flor de Noruega», convertida como antaño en el símbolo del vínculo entre dos pueblos.