La historia se repite. Todos lo hemos escuchado o pensado en alguna ocasión y en cierta medida es algo lógico si tenemos en cuenta que a sus protagonistas, a nosotros, nos mueven las misma pasiones que a nuestros antepasados con quienes compartimos querencias, obsesiones y vicios. Esa es la principal razón por la que las tragedias de Shakespeare son atemporales y a sus protagonistas, Otello: Hamlet, Macbeth o Coriolanus arquetipos cuya encarnación cualquiera puede reconocer en un amigo o conocido a la vuelta de la esquina; o en algún personaje público, que para el caso es el mismo. Pedro Sánchez, sin ir más lejos haría un magnífico Coriolanus, abocado a un desventurado final por mor de su obstinación.

Los imprevisibles cambios de rumbo al que se esta viendo sometido el mundo en general, y Europa en particular, se diría que está provocando en el ánimo de muchos de sus ciudadanos una inquietante sensación de «deja vu» que de manera más o menos consciente nos retrotrae a épocas de la historia de la humanidad que más nos valdría sólo se reeditasen en los libros de historia y ensayo. Si además esto, que no deja de ser una apreciación más o menos subjetiva, lo vemos corroborado por el nóbel Paul Krugman, que recientemente señalaba en un artículo los paralelismos que se dan entre la Europa actual y aquella de principios del siglo XX, es difícil escapar a una inquietante sensación de zozobra.

Porque aunque el reparto de actores suele ser el mismo, con ligeras variaciones, los papeles pueden intercambiarse hasta extremos imposibles. Hubo un momento en la historia europea, no hace tanto por cierto, en el que las esencias de lo que para la humanidad encarna el proyecto Europeo, estuvieron custodiadas al otro lado del Canal de la Mancha, tras los acantilados de Dover; cuando el nazismo y fascismo se aplicaban en someter al yugo del totalitarismo al continente en su práctica totalidad con la gallarda excepción de Gran Bretaña y su primer ministro Churchill que supo ver el papel que la historia le tenia reservado y no dudó ni un instante en «to wage war until victory is won and never surrender» (emprender la guerra sin rendirse jamás) porque su armada habría de proteger a un conjunto de países destrozados por Hitler, los checos, los polacos, los belgas, los noruegos, los daneses, los holandeses, los belgas, que como dijo en una vibrante alocución en la BBC en mayo de 1940 habían sido engullidos por la «larga noche del nazismo». ¿Acaso no es ésta la encarnación misma más del proyecto europeo, la defensa a ultranza de los valores inherentes a las democracias occidentales?

Es muy triste por lo tanto que un país, particular si se quiere, polémico con frecuencia, antipático en ocasiones, pero que tanto ha hecho por la existencia de Europa haya optado por abandonar un proyecto común que ha garantizado el periodo más largo de paz y prosperidad que jamás se haya conocido en la región, y más triste aún que se haya llegado a este punto en base a falsedades y embustes de personajes de la catadura moral de Farage y Johnson.

Es aterrador que el primer invitado al edificio Trump fuera precisamente el histriónico Farage, artífice de una escisión en le Unión Europea de imprevisibles consecuencias en el panorama político actual, con un Trump en las antípodas aquel Roosevelt del pasado, al que probablemente habría despreciado por su condición de lisiado, pero que fue gigantesco en su talla política , y que al contrario que el recién elegido presidente americano, que no dudó en pedir a los rusos que hackearan el correo de Hillary, no dudaría en apoyar a Churchill, solo ante el peligro, antes incluso de del ataque Pearl Harbour enviándole unos magníficos versos de Longfellow, consciente de lo que andaba en juego «Sail on ...O Ship of Stete/Humanity with all his hopes of future years /is hanging on thy fate» (navega Oh barco del estado/ la Humanidad con sus esperanzas de años venideros depende de destino).

De nuevo se encuentra Europa sola ante el peligro. Como antaño, hay un país humillado con ansias de revancha, con un Putin que tras digerir a Crimea y derribar un avión civil holandés, no suelta presa en Ucrania y hace gala, además, del rearme que ha protagonizado en los últimos años.

De poco le servirán a Merkel los balances de sus bancos en Alemania impuestos a sangre y fuego, cual «libra de carne» a los países del sur.

Y todo esto con el agravante de que esta vez no tendremos ni a un Chruchill al que confiar nuestro destino, ni un «champion of freedom» (Roosevelt) al otro lado del Atlántico, si las cosas se ponen feas.