Raúl Arévalo es un actor español cuya interpretación me emocionó especialmente en la película La isla mínima, que es un thriller rural dirigido por Alberto Rodríguez, en la que dos detectives de homicidios ideológicamente contrarios son enviados desde Madrid a un pequeño pueblo en las marismas del Guadalquivir, donde se enfrentaran a una tenebrosa intriga criminal.

Y resulta que tengo la suerte de coincidir y poder saludar en el AVE de Alicante a Madrid, a quien ahora con su primera película como director, ha obtenido once nominaciones a los próximos premios Goya con una cinta dura y realista, turbia e intrigante, titulada Tarde para la ira, que es una historia de crimen y venganza, desarrollada con intensidad y crudeza, y que disputará el Goya a la mejor película cuyo ganador se conocerá en la Gala del próximo cuatro de febrero, compitiendo con otras tan destacadas como Un monstruo viene a verme, El hombre de las mil caras, Julieta y Que Dios nos perdone.

Y a propósito de la ira, y de su habitual condena como algo destructivo que es necesario reprimir, recuerdo que Arturo Pérez Reverte en una reciente entrevista en el periódico El Mundo, atiza y responde que sería profundamente infeliz si no se enfadara algunas veces, y que siempre desconfió de aquellos que son capaces de tragárselo todo con tal de seguir a salvo, y de congraciarse con el canalla o con el verdugo, apostillando que si algo aprendió a detestar fue el silencio resignado de los corderos.

Y es que la indignación puede tener, paradójicamente, una cara positiva o más amable, si aprovechamos esa explosión de energía constructivamente y con un propósito, ejercitando el autocontrol y usando la rabia a nuestro favor, ya que estar enojado puede ser una fuerza que nos motive, y un modo de comunicar determinados sentimientos, pues usada de manera inteligente puede ser un motivo de cambio y de crecimiento, ayudando a solucionar problemas, y a evitar parcialidades.

Y volviendo al tema de las películas, sonrío al recordar un encuentro casual en un viaje en ese magnífico tren de alta velocidad que comunica Alicante con Madrid, y una foto que al final no se realiza, y un teléfono móvil que necesita un cargador y un magnífico debut en la dirección, y un film que para mí es el favorito a mejor película para los próximos premios Goya, de título, claro, Marisa, Tarde para la ira, y donde uno de mis actores favoritos, Antonio de la Torre, como no puede ser de otra manera, borda una magnífica interpretación.