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Jesús Javier Prado

Cuento de Oriente

Muy buenas tardes. Soy un hombre de mediana edad, mi nombre es Javier José Pardo Romero, soy capricornio con ascendencia sagitario y trabajo de oficial primera de administración en una empresa de cartonajes. Estoy felizmente casado con una mujer de carácter mediterráneo y tolerante, y físico muy curvoso y flexible, y tenemos un hijo de trece años que se llama Baltasar. Así que todo encaja: dado que estamos en el día que estamos, y todos sabemos perfectamente que los reyes no son los padres, sino que son los hijos (los reyes de la casa, del mando de la televisión, del cuarto de baño) he decidido escribirle mi carta a los reyes magos, con mis tres principales deseos:

«Queridísimo Baltasar: encaminándome a esa peligrosa frontera que son los cincuenta, te comento los regalos que me gustaría tener posibilidad de recibir. Me consta que pondrás todo el empeño posible, ya que te irá la paga semanal en ello y el mantenimiento de la cuota del móvil, así que tú verás lo que haces...

El primero de ellos es que me gustaría despertarme un día y estar invitado a una fiesta de gala, con esmókin y pajarita. Anochece y entro seguro y decidido en el salón donde se celebra, con los andares de Cary Grant, el porte de Michael Fassbender y la sonrisa de George Clooney, y me acerco a la mesa donde está la chica más bonita de la fiesta, invitándola a bailar. La orquesta ataca una (cualquiera de ellas, en realidad) maravillosa balada cantada por Van Morrison, que pasaba por allí y que ha decidido subirse al escenario, harto de que no le sirvan el tercer güisqui que ha pedido. Así que con el fraseo del «león de Belfast» de fondo, aprovecho para apretar ligeramente mi mano contra su cadera, y llevar la suya a mi pecho, y decirle, mirándola a los ojos: «No son bombas lo que oyes, sino los latidos de mi corazón» Lo tengo que decir sin reírme y de seguido, Baltasar, poca broma. Ella me mira y termina apoyando su cabeza en mi hombro, dejándose llevar, mientras el bueno de Van sigue dale que te pego, como si la canción no fuera a acabar nunca (le han servido el güisqui, además) y la madrugada vaya a ser interminable y eterna. La gente, millonarios aburridos con dinero pero sin espíritu, nos mira con envidia...

El segundo deseo es más sencillo, aún: estamos en el Bernabéu, minuto 92. Soy el capitán del equipo visitante y vamos empate a uno. El foro merengue es un volcán, animando y esperando a que el equipo de galácticos blancos lance el arreón final que les dé la victoria. Pero Casemiro tontea con el balón en la medular y yo, raudo como una centella salvaje y listo como un ratoncillo de campo le arrebato el esférico, y tras una ruleta (homenaje a Zidane) en la que dejo sentados a Marcelo y Carvajal, me lanzo con tranco poderoso hacia el área contraria. A Pepe le hago un caño en la esquina del área grande que le dejo tiritando, y ya delante del portero lanzo un pase con el exterior a pierna cambiada y mirando a la grada, para que recuerden a Laudrup, que nuestro delantero centro fusila a placer. El Bernabéu enmudece, y mientras me dirijo a nuestro campo aún me da tiempo a decirle a Ramos que «noventa minutti en el Bernabéu sono molto longo». El árbitro pita el final. Media hora más tarde, tengo una llamada de Florentino en el móvil. Que quiere ficharme. Pero le digo que no, que no es mi tipo.

Y el tercero, que creo que es el más fácil de todos: gracias a mis contactos, consigo hacer quedar a Errejón e Iglesias, a Íñigo y a Pablo, en un bar de Malasaña para que limen asperezas. El encuentro empieza frío, pero poco a poco y gracias a mis grandes dotes diplomáticas, ambos empiezan a recordar sus años de universidad, los viajes que hicieron juntos a Venezuela, las pullas que ideaban para hacer de menos a Sánchez en los debates. Les asoman a ambos las lágrimas de nostalgia en los ojos, se les empieza a dibujar una sonrisa en sus caras, y piden otra ronda de botellines de cerveza. En ese momento entra Monedero en el bar, y viendo la situación y cual mercader en el templo, les empieza a echar la bronca, les llama vendidos, rompe los botellines en el suelo, amenaza con quemar el local. Como todo ha sido retransmitido por Twitter (las confidencias, la nostalgia, las lágrimas, las sonrisas y los gritos estridentes de Monedero) y emitido en directo vía streaming, la abuela de Podemos les manda un vídeo diciéndoles que ya está hasta las narices de lagrimitas, sonrisas y tuits, y que se pasa a Ciudadanos. Iglesias y Errejón, tras una profunda y serena reflexión, lanzan al alimón un vídeo de cuarenta y cinco minutos pidiendo otra vez perdón, y prometiendo que, en breve, quizá en febrero, volverán a protagonizar un espectáculo muy parecido a éste.

No sé, Baltasar, que me hace ilusión. Así que haz lo que puedas o te quedas sin móvil, ya lo sabes...

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