El comienzo del año nuevo nos pone siempre sobre la mesa multitud de cosas que tenemos pendientes de llevar a cabo. Proyectos de todo tipo no realizados y aspiraciones que, por las razones que sean, no hemos llegado a conseguir. Y es que el periodo comprendido entre el día 31 de diciembre y el 31 de enero es el de los deseos, de las cosas que anhelamos conseguir y metas realizables que queremos alcanzar.

Cuando comienza un año nuevo parece que a todos se nos abre una puerta que estaba cerrada y que el mero cambio de la terminación de la cifra del año en curso nos abre mayores expectativas. Así, ahora, para todos el 7 o el 17 es nuestro número y el 6 ha acabado con todos los males o circunstancias negativas que han podido ocurrirnos a todos. Son, en definitiva, estás unas fechas en las que se hace examen de conciencia, se reflexiona de las medidas adoptadas y se valora sobre el acierto de las mismas. A buen seguro, muchas serán medidas correctas y que han sido estudiadas concienzudamente para que tengan un resultado positivo en nuestras vidas y respecto a otras sin ejecutar están ahí para ser valoradas ante las nuevas circunstancias que parece que el año nuevo nos va a deparar.

Pero, curiosamente, no hay razones objetivas que avalen que el año nuevo deba producir siempre un necesario cambio en las vidas de la gente. A veces, por no decir siempre, es más el efecto psicológico que otra cosa lo que nos permite tener esas esperanzas, o llevar a cabo acciones que no hemos hecho antes, porque resulta obvio que por hacerlas en un año terminado en 16 iban a ser necesariamente un fracaso, pero un éxito si las hacemos en otro terminado en 17. Pero, lo queramos, o no, vivimos en un mundo de supersticiones, de que si hacemos algo de una manera o en un momento conseguiremos un objetivo y, en caso contrario, un fracaso. Y olvidamos que la esencia del cumplimiento de los objetivos radica en poner los suficientes medios para conseguir estos. Puede que ni aun poniéndolos se consigan estos, porque conseguirlos, según cuál sea la dimensión de los pretendidos, a veces depende de factores que se nos van de las manos y pertenecen al terreno de las influencias, de las oportunidades, de las relaciones que se tengan, o del momento en que surja la aspiración. Hay veces que se quiere conseguir algo y resulta que «no es el momento». Una expresión que se utiliza en todas las esferas de la vida, tanto en el terreno personal como en el profesional. Y es la pues verdad. A veces estas aspirando un objetivo y no hay manera de conseguirlo, pese a que pongas todos los medios al 100%, y en otras resulta que el objetivo cae por sí solo, sea para abrir o emprender un negocio, conseguir un cambio profesional, o una meta personal o familiar. Y es aquí cuando tenemos que dar la razón a los que opinan que las frutas caen cuando maduran, no cuando nosotros queremos que lo hagan.

Nos empeñamos en querer conseguir que los acontecimientos se sucedan cuando nosotros queremos, pero estos ocurren cuando tienen que ocurrir. Otras veces se trata de aspiraciones que no están al alcance del que lo pretende, porque no está en la órbita de los medios que ha puesto, y es cuando vienen las obsesiones por algo que puede que no suceda. Porque esa es otra regla de oro en este «juego». Que las circunstancias determinen que puede que algo que se pretende pueda no llegar. En cualquier caso, aunque esta sea una posibilidad, la mecánica de actuar debe estar siempre dirigida a pensar que los objetivos fijados como probables por los medios que ponemos puedan ocurrir. Si nos fijamos en la práctica del deporte lo veremos así. En este sentido es comprensible que en la Liga de fútbol el Real Madrid, Barcelona, Atlético de Madrid y este año el Sevilla, puedan aspirar a ganar la Liga y hasta la Copa de Europa, y no es probable, y hasta imposible, que otros que luchan por la permanencia o estar por la parte media o alta de la tabla lo consigan. Si estos tuvieran esa aspiración sería una frustración permanente. Por ello, tenemos que ponernos objetivos alcanzables a lo que somos y a los medios y esfuerzo que dedicamos a nuestros fines «alcanzables», y es en base a ello con lo que 2017 nos dará lo que buscamos, o nos hará descender a la realidad. Todo ello, fuera de si es número par o impar, o si termina o no en un número concreto, o si resulta que la combinación del año suma el que a cada uno le gusta más. Por cierto, el de este año suma 10. La máxima nota de un examen. Pero para sacar un «10» hay que trabajarlo. Y mucho...