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Una medalla para acabar el año

El toreo es una de las Bellas Artes. En los tiempos que corren, que desde 1996 se venga distinguiendo a algún personaje vinculado con el toreo en sus múltiples facetas dentro de las medallas de oro concedidas por el consejo de ministros (salvo en 2012) no deja de ser el mayor argumento legal para mantener vigente esa afirmación. Con dos alicantinos incluidos: José María Manzanares (2005) y Luis Francisco Esplá (2009). Nacho Lloret, en su libro El toreo, el arte olvidado, ya recogió la importancia de todo esto y sus derivaciones legales para la fiesta.

En 2016 la susodicha distinción ha ido a reconocer la figura de Julián López «El Juli», y como cada vez que se otorga el premio a un torero en activo, la polémica ha saltado por los aires. La mayoría asume por cansina la crítica y falta de respeto de los antitaurinos, pero no está bien que desde el propio taurinismo se llegue a entender como un ataque a la fiesta llevar a cabo cualquier crítica a la concesión de la dichosa medalla. Parece que el mantra a seguir es: como nos atacan desde fuera, debemos hacer todos piña y defendernos desde dentro. No está mal como estrategia, siempre que no excluya el derecho a poder seguir denunciando lo que se hace mal dentro del propio planeta de los toros. Quienes manejan el cotarro del toreo han intentado que la prensa se autocensure en muchas ocasiones con ese argumento, en un acto de pura demagogia. Y ha vuelto a pasar con la medalla a «El Juli». ¿Acaso no se puede estar en desacuerdo con el galardonado y apoyar sin fisuras la fiesta de los toros? Para algunos parece ser que no.

La polémica en torno a los distinguidos con estas medallas, sin embargo, parece obedecer a otras razones. Si hacemos memoria de insignias doradas anteriores, veremos que el rechazo se produce a partir de la concesión de estas a toreros en activo. Con Enrique Ponce y José Tomás, en 2006 y 2007, no se levantó tanta polvareda como con Francisco Rivera Ordóñez en 2008. Tal resultó el agravio que tanto el torero de Galapagar como el veterano Paco Camino (distinguido en 2004) declararon públicamente que devolvían sus condecoraciones. ¿Por qué vuelve la polémica cuando se dispone a echar el telón este 2016?

En caso de que llevemos a cabo el silogismo plano, si el toreo es un arte y Julián López es torero, el de Velilla de San Antonio es artista y, por tanto, merecedor de la distinción ministerial. No obstante, entre los aficionados a este espectáculo siempre se ha realizado una división subjetiva entre toreros «artistas» y el resto, que no lo son. Y ese pleonasmo viene a querer diferenciar a los diestros con una estética particular, en quienes la pinturería, la configuración estética, el pellizco del duende y la armonía en sus modos provocan deleite en el aficionado y acaban por atribuirles un estilo propio y singularísimo, asociado además a una intermitencia atribuida a aquello de las musas. Desde Rafael «El Gallo», pasando por Rafael Albaicín, Curro Puya, Pepe Luis Vázquez, Pepín Martín Vázquez, Curro Romero, Rafael de Paula, hasta llegar a Morante de la Puebla en nuestros días. ¿Las medallas de oro de la Bellas Artes solo deben ir a manos de toreros «artistas»? Ahí es donde se encuentra el «quid» del dilema. Parece, cuanto menos, una asociación semántica tendenciosa, y resultaría muy simplista reducir la emoción del toreo a ese manojo de coletudos. Además, obviar como arte la emoción de la lidia en su estado puro entre un toro bravo y un torero de raza resultaría ciertamente empobrecedor. El toreo es una disciplina artística amplia, y cuanto mayor abanico de sensibilidades abarque, mayores serán la riqueza de matices y las posibilidades de entretenimiento y deleite para el espectador.

Con todo, alguien debiera asesorar a quienes deciden estas medallas de oro a las Bellas Artes para que, en lo taurino, se decantaran por toreros ya retirados de la pasión en el ruedo y que escribieron importantes páginas en el toreo. Se les tributaría merecido homenaje, serviría de memoria edificante y didáctica para las nuevas generaciones y evitaría, en fin, estas polémicas absurdas y vacías que no nos traen más que dialécticas inservibles. Tenemos todo 2017 para reflexionar por delante, con los mejores deseos y las ilusiones intactas. Y que nadie lo olvide: el toreo, con o, siempre será un arte.

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