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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

La memoria recurrente

Me temo que este artículo de hoy va a salirme costumbrista y sensiblero. Es el momento de que los lectores acostumbrados al indignado burgués punzante y de humor negro pesquen en otros caladeros. No es un adiós, es un hasta pronto. Si siguen leyendo no será porque no se lo he advertido.

El juego de la memoria, que debe ser más falso que Trump y Putin juntos, produce extraños fenómenos. Gracias a la ciencia sabemos que nuestros recuerdos no son forzosamente lo que sucedió en realidad, porque el cerebro rellena los huecos y suaviza los contornos, de forma que la niñez nos suele parecer acogedora aunque no hicieran más que sucederse escenas de acoso escolar. Si a eso le sumamos millones de páginas leídas y de fotogramas visualizados, obviamente nuestra historia pasada no fue como la recordamos. Prueben a pensar en sus abuelos fallecidos, ¿a que les recuerdan como en alguna foto que anda encima de alguna alacena? Pues eso.

Para mí las Navidades son una mezcla del «Cuento de Navidad» de Dickens y del «Plácido» de Berlanga y ni he sido niño de postguerra ni mucho menos pícaro preindustrial. Tampoco pequeña cerillera y el frío atroz siempre me recuerda el terrible cuento de Andersen, ni golondrina o Príncipe Feliz y sufro con Wilde. Las Navidades son en mi memoria una foto en blanco y negro en casa de mis abuelos y una en color con mis padres, pero siempre tengo una sensación atroz de nostalgia, cuando sólo se puede sentir saudade cuando se arrastran recuerdos y eso es imposible con cinco años. Por eso digo que mi mente es más novelera que real, porque poco tiene que ver mi historia personal con Plácido buscando en su carricoche al notario para pagarle la letra o a Scrooge recibiendo al fantasma de las navidades pasadas, o presentes o futuras.

¿Es más real la historia vivida que la leída? Los «letraheridos» me entenderán perfectamente cuando digo convencido que yo he sido Athos y el Capitan Nemo y Gabriel Araceli y Jim Hawkins tanto como mi personaje de ahí arriba o la persona humana que soy, y por eso no es extraño que mis Navidades sean tan literarias como reales. Pero si algo no me gustaría es que se perdiera la magia de la Navidad, no la de los grandes almacenes, sino la trágica, romántica y decadente que nos han legado los grandes escritores, porque -al menos para mí - no hay vida sin libros. Por eso haría imperativo bajo pena de muerte leer a Dickens y pasaría obligatoriamente todas las Navidades por todas las teles «Plácido» para que nadie se olvide del pasado ni le engañen con papanoeles rojos de Coca-Cola. Y desde luego no me olvidaría de ese villancico que resume sencillamente todo lo que les he querido explicar con patética torpeza, siempre me hace llorar y revuelve mi alma colmenera: «La Nochebuena se viene/ la Nochebuena se va/ y nosotros nos iremos/ y no volveremos más».

Las Navidades para mí son todo lo que existió, todo lo que no existió y todos los que se han ido y en algún momento nos acompañaron, junto con todas mis liturgias, lo más lejano al papel celofán. Eso vive en la estancia que en la sala de mi memoria reservo para los libros, llena hasta el techo y en sus cuatro paredes de genios maravillosos y de novelistas olvidables porque al final todos suman. Y el Fin de Año es para mí ese Concierto de Navidad en la Sala Dorada de la Wiener Musikverein -por cierto, no se lo pierdan, que este año dirige a la Filarmónica Gustavo Dudamel- y espero no morirme sin estar allí algún año, aunque ya esté tan viejo y apolillado como mi smoking. Ya me contarán quién se pone una pajarita un Año Nuevo por la mañana en Viena, con el frío que debe hacer. Y cuando se termina el Concierto, ¿qué haces?: ¿Te vas a comer? ¿Te tomas unas birras? En todo caso no estropees un buen sueño por la consuetudinaria realidad porque siempre saldrás perdiendo. Es más: creo que nunca debería ir a Viena, porque seguramente lo que espero saldría perdiendo con lo que es.

Por eso los momentos literarios soñados son mucho más enriquecedores que la realidad, que es además grosera y carece de música de fondo. No hay amor más amoroso que el del Doctor Zhivago mientras suena el «Tema De Lara», nada más romántico que «Love Story» con música de Francis Lai. Dar consejos es ineducado, pero si quieren uno para el próximo año: lean, lean y no dejen de leer. Y si les cuestan las letras vean buen cine porque en algunas obras maestras también está esa frase o esa mirada que te ayuda a crecer. Y sobre todo hagan de su mundo privado un palacio o un castillo inasaltable porque en su interior y en su memoria tienen absolutamente todo lo que necesitan para ser felices sin gastar dinero.

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