El Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR) se organizó en 1950 para acoger a los miles y miles de europeos desplazados, una de las tantas consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. En la ONU se consideró que el problema podría resolverse en tres años y sería disuelta, pero en 1956 muchos húngaros tuvieron que huir de su país, invadido por los tanques soviéticos. Y se fue tomando conciencia que los refugiados se habían convertido en un conflicto permanente. Actualmente el ACNUR trabaja en 126 países de todos los continentes. Más de 60 millones de seres humanos han tenido que abandonar su país o han tenido que desplazarse a otras zonas de su propio país. Más de 50 años de su fundación esta organización internacional necesita más recursos y apoyo de los gobiernos nacionales: la realidad le desborda.

En sus comienzos el ACNUR definió que un refugiado es una persona que«tiene un fundado temor de ser perseguido a causa de su raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opinión política...». Es evidente que la realidad exige que esta definición necesita referirse al asesinato de las mujeres o a la persecución que sufren las personas por sus tendencias sexuales que no son mayoritarias. ¿Y el hambre?, ¿ y las familias que tienen que abandonar sus hogares por el cambio climático?

Todos son refugiados. ¿Qué diferencia puede haber entre un refugiado africano que huye del hambre, que no soporta que sus hijos mueran de hambre, de un sirio que huye de la guerra, en donde bombardean escuelas y hospitales? ¿No deberían tener los mismos derechos?

Las políticas «liberales» han provocado que en cada país desarrollado un sector de la población sea excluido y en el resto de algunos países es casi total. Se ha conformado un sistema en donde la desigualdad es la ley. La comunidad internacional que en 1950 entendió que los desplazados en Europa tenían que ser socorridos, hoy tendrá que animarse a asumir este nuevo desafío. De lo contrario la Ley de la Selva se impondrá, la ley del más fuerte.

Se puede mirar para otro lado, pero no quedará otro lado. Guerras, hambre, cambio climático, afectará a todo el planeta. Hay países que se atrincheran, construyen muros, culpabilizan a los que huyen, pero esta crisis global les afectará también a ellos. Son insolidarios e irresponsables. En casi todas las religiones se habla de un apocalipsis. Es de desear que estén equivocados. Toda generación se enfrenta a desafíos, sobrevivimos a una guerra nuclear que podía ser la última, aunque ahí están las bombas en sus sofisticados arsenales.