Me gusta que de vez en cuando se pongan de moda los yoyós, las trompas o las canicas, como ahora mismo, que están los niños dale que dale al yoyó más contentos. Parece que les brotaran en las manos unas extensiones de colores y se les ve acudir a la escuela ilusionados con ese nuevo afán que les impulsa a practicar, a discutir, a hacer competiciones y a divertirse con sus amigos.

Son restos de los juegos que se jugaban tiempo atrás, como las chapas, el tranco, los cromos, las tabas, la comba, el plato, el tirachinas y otros. Unos juegos que, en su mayoría, se prestan a ser jugados en casa, en la calle y en el colegio, acordando las reglas con los demás. Juegos en los que se cuenta, se mide, se pesa, se aprende. Juegos que requieren movimiento, habilidad manual y práctica, que son baratos, fáciles de transportar y tienen un aire artesanal y creativo muy interesante. ¿Quién no ha jugado alguna vez al 3 en raya después de dibujarlo en la tierra y con unas piedrecitas como fichas?

Recuerdo los largos circuitos pintados con tiza en el suelo y las chapas pulidas y arregladas con las caras de los jugadores de fútbol que se pegaban con unas gotas de cera caliente para que pesaran e hicieran mejor tino al manejarlas. O los cromos que hacíamos con dibujos propios que después se recortaban y se volteaban tan bien como los cromos caros. Cuando enseñaba a mis alumnos a jugar a estos juegos, se entusiasmaban fabricándose colecciones de chapas y cromos con sus personajes favoritos.

Una de las ventajas principales de estos juegos correntones y socializadores es la autonomía que promueven, ya que el adulto apenas hace falta, todo se prepara y se decide entre compañeros a base de argumentos, discusiones o pura seducción. Por tanto generan no sólo habilidades sociales, sino también seguridad básica. Cada cual comprende por si mismo que le harán falta esfuerzo y tesón para lograr la pericia requerida y eso mueve al ejercicio y a la alegría de mejorar.

Es curioso también que en estos juegos que requieren adiestramiento, se dé tanto la posibilidad de jugar o practicar solo, como la de disfrutar del juego en grupo. Como si tuvieran dos fases: la personal y la que invita a confrontar las habilidades propias con las de los otros. Un proceso de lo más lógico, y extrapolable a otras situaciones.

Además, estos juegos tan extendidos y populares están avalados por algo mucho más significativo que cualquier anuncio en la televisión, y que es la experiencia de juego de padres, abuelos y de los muchísimos niños que han disfrutado de ellos a lo largo de los años. Sin embargo están siendo olvidados, desmerececidos y eclipsados por los nuevos ingenios tecnológicos que tanto nos seducen a mayores y pequeños.

Estamos en pleno momento electrónico y digital, y esto no tiene vuelta atrás. Las pantallas imperan, y la euforia al ver lo que la tecnología puede llegar a realizar es grande y nos impresiona a todos. Esto afecta también a los juguetes, que ya no son réplicas del mundo adulto con el fin de entretener y familiarizar a los niños con la vida cotidiana (casas, coches, cocinas, herramientas, muñecos, trenes, etc.), sino el anticipo de un hipotético mundo futuro, que sólo vislumbramos en los videojuegos y en las películas de ciencia ficción. Así que comprar un juguete hoy se convierte en una auténtica aventura para algunos de nosotros. Robots, transformers, drones, artefactos y otros extraños seres medio innombrables pueblan las estanterías de los establecimientos, desorientando a los mayores y obnubilando a los pequeños.

Y aunque es cierto que los niños siguen jugando al balón, a mecer a su muñeco, a subir en bicicleta, o a jugar al yoyó?, cuando son captados por la propaganda, que cada vez es más pronto, empiezan a pedirles a los Reyes los últimos inventos electrónicos. Ésos que los mantienen quietos y absortos, ésos que juegan solos, que se estropean pronto, y que les hablan de un mundo imaginario ajeno a si mismos y a sus vidas.

Pero los niños están más cerca de la tierra de lo que parece y no conviene a su salud que los saquemos de su momento vital, de sus necesidades, de lo que les da placer y holgura, de lo que les acerca a los demás, de lo que les hace estar sanos, tranquilos y contentos. Así que sobre todo con respecto a la pequeña infancia, yo propondría mesura y freno ante la virtualidad reinante, y un reencuentro razonable hacia los juguetes que permiten a nuestros niños? sencillamente, jugar.