odo Occidente, con un cinismo o ceguera alarmante, yo el primero, nos escandalizamos por los brutales atentados del Estado Islámico. «Todos somos Charly» o las banderitas en las redes sociales con los execrables asesinatos en la sala Bataclan, o el inmundo asesinato de Niza, muy parejo al de Berlín. Todo es comprensible e indignante. Pero olvidamos, insisto, yo el primero, en los terribles e inhumanos bombardeos que está sufriendo el pueblo sirio. Y las bombas francesas, americanas, rusas o de la OTAN, no entienden de Estado Islámico o de civiles indefensos, niños, ancianos, etc. Las bombas caen y no discriminan a nadie.

Todos estamos consternados por los sucesos de Alepo y, en general, con el sufrimiento que padece el pueblo sirio, y asumimos la vergüenza universal por los crímenes contra la Humanidad que se están cometiendo impunemente en este país. Desde hace meses, centenares de miles de personas han sido sometidas en Alepo a bombardeos inmisericordes e impunes ante la perplejidad y la impotencia, cuando no la aquiescencia, de la denominada «comunidad internacional». El régimen sirio y sus aliados internacionales han convertido el horror inimaginable en un hecho cotidiano trivial. Incluso en esta misma hora decenas de miles de personas, aturdidas y exhaustas, están siendo aún asesinadas sin auxilio internacional alguno mientras pretenden huir o ser evacuadas bajo la lluvia: Alepo, al-Shahbaa, La ciudad blanca, es ya un hito de la historia universal de la infamia.

Occidente, ante el terror islámico, se ha decantado por un infame dictador, por Bachar al Asad, tan sanguinario y cruel como el propio Estado Islámico, y ha lanzado sus tropas y sus bombas sobre la ciudad fantasma en que se ha convertido Alepo: un cúmulo de ruinas con un río de sangre y de personas desvalidas huyendo de la muerte. Alepo, con la infame ayuda de Rusia, de Irak y de Occidente ya es del dictador. Las tropas islámicas nunca pierden: siembran el terror en todo el mundo, occidental y oriental. ¿O es que los muertos terroristas de Irak, de Paquistán o de cualquier país africano no son tan execrables como los nuestros?

La entrada de las tropas de Bachar al Asad y de sus aliados en Alepo, con su estela de destrucción y venganza, confirma lo que ya era evidente: el régimen sirio se ha convertido, para las potencias internacionales y regionales en el menor de los males posibles. No por ello deja de ser el mal mayúsculo de los sirios, el causante principal del desastre en que ha quedado sumida una nación respetable y orgullosa, cuna y granero de tantas civilizaciones. La carnicería de Alepo se enmarca en el juego de intereses de rusos, estadounidenses, iraníes, turcos, israelíes y saudíes, y de los aliados locales de unos y otros. Todos ellos están de acuerdo con Bachar al Asad en que no les interesa una Siria libre y plural. En esto coinciden también con los yihadistas, pero no con la mayoría de los ciudadanos sirios, que salieron a las calles en la primavera de 2011 para exigir sus derechos y reclamar el fin del Estado policial y la corrupción institucionalizada.

Nadie puede negar el enorme sufrimiento que su anhelo de libertad le está costando al pueblo sirio. El balance es aterrador: la mayor crisis humanitaria mundial en décadas. Siempre según fuentes acreditadas e independientes, desde el inicio de la represión militar y hasta mayo de 2016, casi medio millón de personas han perdido la vida, de ellas, al menos 50.000 menores.

Hay que recordarlo una y otra vez: la guerra la inicia el régimen sirio contra su propio pueblo para aplastar una movilización cívica y democrática, festiva y pacífica en sus inicios. Tras la cortina de la «lucha contra el terrorismo», tabla de salvación a la que se ha agarrado Al Asad, el régimen y sus aliados exteriores han llevado a cabo una campaña de exterminio esencialmente contra las áreas rebeldes no controladas por el Estado Islámico.

El cinismo de quienes bombardean con criminal impunidad a poblaciones enteras, o de quienes han financiado y armado a milicias sectarias con el único fin de estrangular a las corrientes seculares que pedían mayor libertad solo tiene parangón con el de las instituciones internacionales, cuya inacción avala y legitima al régimen sirio. Más grave aún si cabe es el silencio cómplice ?cuando no el apoyo abierto? de un importante sector de la izquierda árabe y europea, también del Estado español. Esta izquierda desnortada, que pretende desconocer el bagaje reaccionario y sumiso del régimen hereditario de Al Asad, justifica su represión alegando que en Siria se libra una guerra contra el terrorismo yihadista y el imperialismo occidental, mientras aplaude el intervencionismo de Rusia e Irán obviando sus propias ambiciones imperialistas.

Bachar Al Asad es un sanguinario dictador, al que la primavera árabe en 2011 deslegitimó y que él, con la inestimable excusa e involuntaria ayuda del Estado Islámico, ha masacrado inmisericordemente a su propio pueblo con la vergonzosa ayuda occidental.

Alepo, pues, se ha convertido en la vergüenza de Occidente. ¿Todos no somos Alepo?