Todavía quedan cosas más que interesantes en nuestro término municipal, todavía hay singularidades, gentes que se dedican a lo que hacían sus abuelos, labores y trabajos de siempre que perviven.

Y es que en Alicante tenemos parte de lo que fue la huerta de Alicante, ese entorno que abastecía a la ciudad y que era capaz de exportar pasas y vinos a gran parte del Mediterráneo y del mundo.

La huerta de Alicante y los productos naturales de la provincia construyeron el puerto en la villa e hicieron desarrollar la primera industria.

Es todavía un ejemplo de eso que se llama estilo de vida mediterránea.

L' Horta es fértil, rica en tradiciones y, hoy, escasa.

Hace unos años un grupo de frikis de la historia, en el que me incluyo, convencimos a Tomás «el de Morote» para poner en marcha su antigua almazara de sang, es decir con fuerza animal. También pisamos uvas, hicimos vino y comimos un gazpacho de cordero épico.

Aquella jornada fue inolvidable y tuvo consecuencias varias. Una de ellas es visible cada otoño. Tomás se metió en el lío con una moderna almazara donde se moltura gran parte de la oliva de la provincia. Y va bien. Además, su familia colabora y ya apunta a la siguiente generación de aceiteros alicantinos.

Recuperar la huerta perdida, poner en valor las torres de defensa y aprovechar y dar a conocer los productos y las fincas que quedan es una labor turística y cultural que nos haría un gran favor a todos.

La finca El Pino y la casa Bardín se caen al suelo ante la pasividad total de los responsables de lo nuestro. Son muestra de lo que podían ser lugares de encuentro y expansión, de historia y de conocimiento que se deben cuidar y aprovechar.

Como Morote, con poco que se invierta en ella, la huerta de Alicante siempre devuelve con generosidad lo invertido.

La Huerta de Alicante tiene suficientes valores para, bien trabajada, ser Patrimonio de la Humanidad y constituir un atractivo turístico positivo para todos.