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Sin tregua por fiestas

Se nos echa encima todo el fin de año, con sus gordos, pedreas, comidas de empresa, cenas familiares, deseos de amor, paz y felicidad, vacaciones estudiantiles y diferentes tráfagos de las fechas más familiares de todo el año. Después, el invierno congelará los buenos deseos y esas intenciones renovadas tras el atracón navideño de quitarnos los quilitos de más, los que ya teníamos que quitarnos antes y los que se sumaron durante la salida y la entrada del año. Es la historia que se repite, la misma noria que vuelve con los mismos mensajes cada 365 días. Los españoles somos así, qué le vamos a hacer. Y si no nos tocó la lotería, nos conformaremos con la salud. Y tanto...

Y en ese «totum revolutum» de buenas intenciones, parece que el empresariado taurino ha reaccionado tarde y mal ante el penúltimo símbolo que se nos viene abajo ante el acoso y derribo político contra la causa táurica. En Euskadi se habla de festejos con reses bravas desde la memoria secular. No en vano, una de las castas primitivas del uro ibérico tuvo allí su particular paisaje: la navarra. Pocos ejemplares quedan de aquellos torillos rojos por fuera y con guindillas por dentro, que el ganadero Nazario Carriquiri llevó al cenit de su fama. «Si te coge un toro de don Nazario, de nada te servirán médico ni boticario«», rezaba el dicho popular. Las figuras del final de siglo XIX (entre ellos Mazzantini y Guerrita) decidieron que aquellos «chiquitines» no podían dejarles en evidencia y les plantaron un boicot que desencadenó el declive de tan especiales reses.

Y en Euskadi sigue habiendo cosos taurinos de primera categoría en todos los sentidos. El rigor asentado de Bilbao da fuste a una afición que ha vivido idas y venidas en San Sebastián, que ha mantenido la idiosincrasia singular de Azpeitia y que tenía en Vitoria otro hito esencial. A la capital alavesa se han dirigido los últimos ataques antitaurinos. Porque, a pesar de ser la taurina una tradición muy euskalduna, los independentistas huelen a tufillo español y, como sus correligionarios catalanistas, también andan empeñados en eliminar cualquier aroma que ellos identifiquen con la rojigualda. Hay que decir que la Feria de la Virgen Blanca, con el apoyo de las peñas de «blusas» de la ciudad, estaba muy asentada hasta que varias gestiones nefastas, culminadas con la de Serolo (de triste recuerdo también para nuestro coso), echaron por tierra el éxito de muchas décadas. José Cutiño ha sido el último de los gerentes de la plaza, representando al todopoderoso mexicano Alberto Bailleres. Tras las pérdidas en este 2016, decidieron no renovar y confiar en un concurso que suavizara el gasto. Sin embargo, el ayuntamiento de Vitoria sacó a concurso la plaza con un pliego peligrosísimo que auguraba pérdidas casi seguras para cualquier empresario que se hubiera atrevido con él. Bildu, Podemos y la alianza de IU y Equo tenían clara su postura contra todo, y el alcalde Gorka Urtaran les haría de director de lidia para apuntillar la asediada fiesta.

Quedó el concurso de marras desierto y entonces, solo entonces, el sistema taurino, ese que no es nadie pero son todos los que viven de él, ha tratado de reaccionar. Hay quien le pedía mayor acción a la Fundación del Toro de Lidia, como si esta fuera plenipotenciaria y hubiera de buscar remedio también al asunto empresarial. Llevan poco tiempo y parece que lo están haciendo muy bien. Quizá habría que señalar a ANOET, donde se aglutinan los productores de espectáculos taurinos, para haber actuado todos a una y no haber permitido llegar a esta situación. Tras algunos intentos por parte de Mariano Jiménez y José Ignacio Sánchez y una última oferta de alquiler del coso de los asociados Chopera y Bailleres, parece que el consistorio ha denegado finalmente el permiso y, salvo intervención de la «Comisión de Blusas», los organizadores de las fiestas, no habrá feria taurina en 2017. Y quién sabe hasta cuándo...

En fin, otra batalla casi perdida por desidia de unos e intereses de otros. Ya se dijo que la guerra por la libertad era larga. Y no hay tregua, ni siquiera en Navidad. Disfrutemos, al menos, del regocijo de la familia y la ilusión de un futuro mejor para todos.

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