Según la Agencia Europea de Fronteras (Frontex), el año 2016 terminará con más de 4.000 personas ahogadas en el Mediterráneo mientras trataban de llegar hasta las costas europeas, la cifra más alta desde que se tienen registros. El dato es, si cabe, más dramático todavía si tenemos en cuenta que el número de personas que cruzarán el mar en este año, que se situarán en torno a las 350.000, va a ser notablemente menor que en el año 2015, cuando según las estadísticas recabadas por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) ascendieron a 1.015.078 migrantes forzosos. El Mediterráneo no solo se ha convertido en una gigantesca fosa común sino también en el cementerio de algunos de los valores y principios más valiosos sobre los que se construyó la Unión Europea.

El año 2016 certificará el gigantesco fracaso de Europa ante la crisis de los refugiados generada por la cruenta guerra en Siria y la profunda inestabilidad que atraviesan Oriente Próximo y Libia. Un deliberado fracaso que ha colocado a gobiernos y dirigentes europeos frente al espejo de su verdadero rostro moral, ante el premeditado incumplimiento de solemnes acuerdos y compromisos, mediante esa retórica hueca repleta de discursos vacíos que anunciaban de manera pomposa una «Agenda Europea de Migración» que diera respuesta al drama de los millones de refugiados que en los últimos años ha generado la guerra en Siria. Nada de esto se ha respetado, mientras vemos imágenes apocalípticas de poblaciones bombardeadas como Alepo que nos recuerdan a las ciudades mártires de la Segunda Guerra Mundial, ante la desidia de una diplomacia europea que, sin inmutarse, ve resquebrajarse bajo sus pies una Europa cada vez más irrelevante.

Desde la primavera de 2011, la guerra en Siria ha originado cerca de siete millones de personas desplazadas dentro del país junto a otros cinco millones que han tenido que abandonarlo, estando acogidas como refugiadas principalmente en países vecinos como Líbano, Jordania, Turquía e Iraq. Frente a este gigantesco drama humanitario, los dirigentes europeos permanecieron impasibles, hasta que la opinión pública se vio sacudida por el sufrimiento y el dolor que veía en los naufragios y en las miles de personas que llegaban en condiciones lamentables hasta las costas de Europa. Solo entonces, en septiembre de 2015, los presidentes de gobierno europeos acordaron un escuálido plan de reubicación de 160.000 personas solicitantes de asilo desde Italia y Grecia, junto a otras 20.000 reasentadas desde países de fuera de la UE en función de un sistema de cuotas asignado a cada país para llevar a cabo en el plazo de dos años.

A pocos días de finalizar 2016, el balance de estos acuerdos no puede ser más desalentador, en la medida en que los países europeos solo han acogido a poco más del 12% de las personas a las que la UE se comprometió a reubicar y reasentar, 22.628 personas atendiendo a los informes de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), con notables diferencias entre unos países y otros. Entre estos, España se sitúa entre los menos cumplidores, al acoger únicamente a 687 refugiados de los 17.680 asignados, lo que representa un escaso 3,8% de la cuota acordada. De ellos, 398 son refugiados reubicados desde Grecia e Italia y otros 289 son reasentados procedentes de campamentos situados en Jordania, Turquía y Líbano. España y su Gobierno del PP se sitúan así entre los Estados menos solidarios de la UE frente al despliegue y la acogida que han demostrado países como Grecia, Italia, Suecia o Alemania, siendo también uno de los países europeos con una de las cifras más bajas de personas a las que concede la condición de refugiada o reconoce la protección internacional.

Los datos son obstinados y colocan una vez más la realidad frente a las palabras y los discursos vacíos, como cuando el presidente Rajoy declaró satisfecho a los medios de comunicación: «Podré decir a mis hijos con orgullo que di la batalla a favor de los refugiados sirios en Europa». Seguramente olvidó aclarar que esa batalla era para que hasta España llegara el menor número posible de refugiados. Y por si todo ello no fuera suficiente, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) tiene que pedir públicamente responsabilidad a un destacado concejal del PP en el Ayuntamiento de Madrid, Percival Manglano, al tratar de vincular el reciente atentado terrorista de Berlín con los refugiados llegados hasta Europa, en un ejercicio de oportunismo e irresponsabilidad demagógica impropia de un responsable político, algo que resulta además patético al proceder de una persona nacida fuera de España.

Si a todo ello añadimos la descomposición de Libia, la cronificación de una guerra en Siria que no parece finalizar, la inestabilidad política de Turquía, junto a un aumento de las tensiones en Oriente Próximo que previsiblemente aumentarán por las medidas que Donald Trump ha anunciado, Europa tiene por delante uno los mayores desafíos de su historia atravesando, además, una etapa de debilidad creciente.

@carlosgomezgil