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Ánxel Vence

Asuntos políticos del corazón

La política empieza a ser un culebrón gobernado por las pasiones. Aznar rompe con Rajoy; Iglesias vive sus desamores con Errejón y hasta en el PSOE se quiebran idilios como el de Zapatero con su pupilo Sánchez. Las parejas de los partidos duran aún menos que las civiles y religiosas, por lo que se ve. Lo de Aznar y Rajoy nunca fue un idilio, ciertamente. El primero representa más bien el tópico del español bajito, moreno, con bigote y siempre irritado por la sospecha de que sus vecinos ligan más que él. Es un líder resolutivo y hombre de acción, aunque tampoco llegue a Steven Seagal de la política. Rajoy, en cambio, es inusualmente alto para la media de talla de los españoles y, por si fuese poco, gasta un talante budista que consiste en verlas venir y no apurarse nunca. Es un gallego de "Marca" y calma, aparentemente convencido de que en situaciones de crisis lo más urgente es esperar. Una pareja tan disímil estaba condenada al divorcio casi desde el día siguiente a aquel en el que el dedo de Aznar ungió a Rajoy como sucesor.

El de Pontevedra le parece un tipo blandengue y medio socialdemócrata al de Madrid, que es más partidario del liberalismo aplicado con mano dura. Y así, entre reproches cada vez más ácidos se ha ido agostando su amor político. Bien es verdad que el demandante de la separación ejerció también en su día la blandura con Jordi Pujol, al que concedió el mando del tráfico en Cataluña y otros muchos traspasos de poderes a cambio de que le permitiese gobernar. Quizá se trate menos de diferencias ideológicas que personales, como corresponde a estos asuntos propios de los afectos. Simplemente, Rajoy no le cae bien a Aznar: y tal ha de ser la verdadera razón por la que éste último ha decidido comunicarle el final de sus relaciones. Las parejas, ya se dijo, no suelen durar mucho en un espacio tan dado al vuelo de los puñales como el de la política. Famosa fue, por ejemplo, la que formaron Felipe González y Alfonso Guerra cuando se repartían los papeles de policía bueno y policía malo, así en el partido como en el Gobierno.

El entonces presidente socialdemócrata era la cara amable del PSOE, mientras Guerra se ocupaba de zaherir con su lengua bífida a la oposición. Los dos líderes de la época áurea de la socialdemocracia en España acabaron tarifando, como suele suceder con la mayoría de las parejas. Lo que no obsta para que la fórmula les funcionase de maravilla mientras estuvieron en el poder. Falta ahora por ver el desenlace de la crisis matrimonial que atraviesan Pablo Iglesias y su pareja política de hecho, Íñigo Errejón, en Podemos: un partido que no por casualidad tiene como símbolo un corazón. Mucho es de temer que el asunto acabe de parecida manera a cómo han terminado las pendencias entre Aznar y Rajoy o González y Guerra. Tanto da si se proclaman conservadores, liberales, de izquierda o antisistema, todas las parejas que frecuentan el negociado del poder tienden a separar sus caminos en algún momento. No pasa nada, por supuesto. A lo sumo, las noticias de la política pasarán a ser el centro de los programas de cotilleo en la tele y, si hay suerte, el "Hola" y el "Lecturas" acabarán por introducir tan graves asuntos en las discusiones de peluquería. No todo va a ser fútbol y Belén Esteban, hombre.

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