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Puertas al campo

Anti-establishment

Es lo que tienen en común las recientes elecciones y consultas-plebiscitos. Me refiero, en primer lugar, al referendo de Colombia (trasformado en un Santos sí - Santos no, gracias sobre todo a Uribe) y al de Italia (transformado en un Renzi sí - Renzi no, gracias a él mismo -qué error-). Eran, en ambos casos, consultas difíciles de responder cuando un asunto complejo que permite más respuestas que un Sí o No se trasforma en algo sencillo: el apoyo o rechazo al gobierno de ese momento. Pedir un Sí o un No a un acuerdo complicado, con múltiples flecos, como el colombiano o a una pregunta de tal longitud en la que uno podía estar de acuerdo con una de las reformas pero no con las otras, era campo abonado para que se olvidara el contenido de la pregunta sobre acuerdo o reforma y se trasformara en algo que poco tenía que ver con la pregunta misma. En el caso italiano, por culpa incluso del presidente del Consejo, ahora dimisionario, que intentó convertir el referendo en un plebiscito sobre su propio gobierno. En ambos casos, recibiendo el impacto de una corriente más amplia en muchas partes del mundo: el cansancio ante el poder establecido y su mala gestión de crisis y turbulencias, cosa particularmente evidente en el caso italiano como se ve en lo que ha sucedido con sus Bancos (el Monte dei Paschi primero en la lista) y con su economía.

Estas consultas las carga el diablo. Piénsese, si no, en el otro referendo, el del «Brexit» donde preguntar sobre quedarse o salir de la Unión Europea no iba acompañado de información sobre los costes de cada una de las opciones (después se ha visto que, además de las mentiras, el callarse sobre los costes de la salida tenía efectos electorales). En este caso, la pregunta era más sencilla que la italiana y más parecida a la colombiana, pero su contexto era algo diferente porque el SÍ era una forma de expresar descontento con la situación que se estaba viviendo y, también allí, tuvo como efecto colateral la dimisión de un primer ministro.

Pero no son situaciones, en el fondo, tan diferentes de lo sucedido con las elecciones estadounidenses y las igualmente presidenciales austriacas. Cierto que las competencias de una presidencia y otra son muy diferentes. La de los Estados Unidos tiene las de un ejecutivo mientras que la de Austria tiene más de simbólica (como la presidencia italiana o, incluso, la española personificada en la Monarquía). La diferencia también ha estado en los resultados: en USA ganó el que se presentaba (falsamente, creo yo) representante del anti-establishment mientras que en Austria fue precisamente el que perdió. Por poco, pero perdió. También el estadounidense ganó por poco, pero ganó (en realidad, perdió por más de dos millones y medio frente a la candidata representante «oficial» del establishment).

Lo que tienen en común todas estas contiendas es la clara división de la sociedad en dos. En parte, obligadas por su misma naturaleza: elegir entre una y otra opción, entre una y otra candidatura (en los Estados Unidos eran más, pero no eran relevantes en un sistema tan mayoritario y tan poco proporcional que no tiene otro remedio que simplificar). Estas opciones restringidas a dos, producen alineamientos de lo más heterogéneo. El caso extremo ha sido el italiano, con un No ganado desde la extrema derecha a la izquierda pasando por los anti-establishment de Beppe Grillo.

No sé si es una epidemia que aqueja a estas democracias en las que el descontento con el establishment crece por días. Se podrá ver en Francia y parece que en términos más bien curiosos: en la segunda vuelta tal vez se tenga que votar o a la extrema derecha o a la derecha (por no llamarla «derechona»), una vez convertidos los socialistas en irrelevantes a estos efectos y con perplejidades a la hora de votar en esa segunda vuelta para los izquierdistas o centristas que hayan votado aquellas opciones en la primera.

No debe de ser una epidemia cuando se ve la situación española, con un electorado en el que se observan tendencias anti-establishment, pero tal vez vacunados contra planteamientos dicotómicos. Bipartidismo, sí, pero hasta ahí nomás. No es el momento de recurrir a las encuestas, vistos los «éxitos» de las susodichas en los casos recién indicados. Pero sí parece, como digo, que la ola anti-establishment es real, aunque una cierta inercia siga produciendo más de dos opciones y alguna que otra bisagra. Veremos.

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