El ejemplo de convertir el tradicional recuerdo a los difuntos del 1 y 2 de noviembre en la carnavalada norteamericana de Halloween la víspera, y su intento de contrarrestarlo la iglesia católica con el Holywins, nos viene acompañado de lo puramente consumista del Black Friday y el Cyber Monday. Ya solo falta que el pavo nos lo comamos el día de Acción de Gracias. Todo se andará.

Por muy globalizado que esté el mundo, cada territorio ha asentado sus raíces, ha consolidado sus señas de identidad e incluso eso que otros llaman hechos diferenciales, en sus tradiciones, esencia genuina de los pueblos.

Me molesta ver de qué manera lo anglosajón ha invadido nuestras navidades. Fíjense cuántos carteles poniendo Merry Christmas u otras frases en inglés encontramos en los comercios grandes y pequeños durante estas fiestas. Sin embargo, al genuino Santa Claus -San Nicolás- que arribó a Norteamérica de la mano de los inmigrantes holandeses, lo solemos conocer aquí por la acepción francófona de Papá Noel.

Yo recuerdo cuando era pequeño que llegaba en torno a su festividad, el 6 de diciembre, en barco al puerto de Alicante, ciudad que lo tiene por patrón, desde los Países Bajos para recoger juguetes de nuestra tierra con destino a los niños holandeses, tradición que se ha intentado retomar en los últimos tiempos sin mucha repercusión.

Aplaudo toda iniciativa encaminada a mantener aquello que marca la Navidad y el Año Nuevo en una provincia como la alicantina donde los panetones no tienen que ganarle la partida a nuestras dulces de siempre mientras inundamos de productos de nuestra tierra España entera y buena parte del extranjero.

Así, tenemos los turrones de Jijona, las peladillas de Alcoy, las pasas de Dénia, las uvas del Vinalopó para la Nochevieja, esa joya enológica que es el fondillón y estaba presente en las grandes cortes europeas; más los formidables juguetes y muñecas de la Hoya de Castalla; y también espectáculos maravillosos y antiquísimos como el alcoyano Belén de Tirisiti o el Auto de los Reyes Magos de Cañada que nos ha de fortalecer la figura de Melchor, Gaspar y Baltasar como expendedores de regalos, más en este 2017 donde los niños tendrán el fin de semana para jugar.

Las redes sociales nos están dejando olvidar las felicitaciones navideñas con aquellas escenas tan entrañables de Ferrándiz o las clásicas de Unicef. A día de hoy he recibido la más original que nunca falla, con poemas propios incluidos, que me envía desde Alcoy Adrián Espí, fiel a su cita anual y que ya figura colocada en torno al nacimiento magnífico con que me obsequió la Asociación de Belenistas de Alicante cuando fui el pregonero de la Navidad.

También ha perdido fuelle el aguinaldo que íbamos a pedir a nuestros familiares con la excusa de felicitarles la Navidad y cuyas pesetas gastábamos en la feria, los «caballitos» como la llamábamos, primero en el paseo de Campoamor y más tarde en la incipiente avenida de Óscar Esplá, con mis primos y amigos, alguno venido de Madrid como Juan José Dolado Lobregad, de madre villenense, que tenía en Alicante a sus abuelos, Premio Rey Jaime I de Economía 2015 y que ahora imparte clases en Florencia.

La lealtad a unas costumbres me hace ir por estas fechas a La Romana y comprarle a mi amigo de la infancia Paco Díez en la soberbia pastelería que regenta con su mujer Toñi Santo, sin vínculo familiar a pesar del apellido, los exquisitos turrones artesanos que elabora junto con otras delicias como las mantecadas, polvorones, rollitos, toñicas, almendrados y florentinas. Todo de dulce, nunca mejor dicho.

Y seguiré soñando, ingenuamente, con que la Navidad nos hará mejores, con que los fanatismos radicales se diluirán en el próximo año de la no violencia activa que ha anunciado el papa Francisco, con que el rencor dará paso al perdón y la concordia vencerá al revanchismo, con que la mediocridad no mande en nuestras vidas, con anteponer la palabra justicia a otras altisonantes de los que predican el progreso pero para sus bolsillos, con no avergonzarnos de ser unos cristianos con sentido social todo el año y con poder volver alguna vez a ese lugar mágico que es Salzburgo donde estas fechas se viven de una manera tan especial al son de Noche de Paz.