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He escrito el guión de una película de esas de mucho suspense, espías y demás parafernalia. Vienen elecciones en los Estados Unidos y Rusia decide apostar por uno de los posibles inquilinos de la Casa Blanca. El que más cerca está del alma soviética -perdón, rusa- por la razón más antigua que existe para confraternizar: los intereses económicos. El candidato a presidente roza la extrema derecha y tiene ideas propias de la película de Kubrick "Teléfono rojo" pero da lo mismo: lo importante es hacer negocios cuanto más suculentos mejor y dejar las tonterías ideoló- gicas para otro momento. Los hackers rusos se ponen a lo suyo y logran que el candidato, amigo de Putin, salga. Me voy a ver con la sinopsis del guión bajo el brazo a un amigo, productor de cine, y me llevo una ducha de agua fría. Pero hombre, me dice, ¿a quién se le ocurre poner hoy a los rusos de malos en una película? ¿En qué siglo vives? Ahora los que quieren terminar con el mundo son los musulmanes y a esos, encima, no les interesan nada las elecciones para la Casa Blanca. Anda, vete a casa y me traes otro guión con árabes que quieren hacer volar la ciudad de Los Ángeles entera metiendo bombas en las cajas de donuts. Con mucho sexo y violencia, ¿eh? Qué decepción. Como mi maestro fue siempre Le Carré no sé ni có- mo meterle mano a una historia de espías de los que no espían nada, ni de malvados que no hayan estudiado en Oxford o en Cambridge. Tendré que cambiar de registro y se me ha ocurrido si no sería bueno transformar el guión en una ucronía de esas de políticaficción como las que describen una sociedad en la que han ganado los nazis y hasta el rey de Inglaterra va de uniforme como de las SS. Sí, mucho mejor aunque, ¿para qué andarse imaginando el futuro, con los líos que da el describir la ropa de látex y los coches voladores? Pondré la acción en los últimos días de la presidencia de Obama. El candidato que ha ganado será un empresario que se toma a la ligera la política de los grandes partidos y vende su liderazgo siguiendo el marketing de las redes sociales. Un heredero de los Lehman Brothers estaría muy bien pero con lo de la quiebra quedará raro. ¡Ya lo tengo! Donald Trump, que encima permite meter señoritas de muy buena presencia en pantalla. Gana gracias a los rusos y Obama, que se huele el percal, manda a la CIA a aclarar las cosas. Los guiones, ya se sabe, no tienen por qué ser reales pero deben parecerlo. Así que no ha de dar la impresión de que a Obama le pega la pataleta propia de quien no sabe perder. Tiene que parecer creíble porque lo que importa es siempre la apariencia. Si el asunto va pareciendo posible, a los espectadores les costará creer que no estamos ante la realidad.

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