A 68 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Fue el 10 de diciembre de 1948, en París. Después del horror espantoso sucedido durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente los campos de exterminio que se organizaron durante la década de los treinta y funcionaron hasta los últimos días del conflicto, la comunidad internacional decidió, sinceramente, que semejante ignominia no volviera a repetirse. 48 estados votaron este documento y 8 se abstuvieron: Unión Soviética, Bielorrusia, Arabia Saudí, Sudáfrica..., pero al menos no votaron en contra.
Así, sucedió, ningún estado ha vuelto a eliminar sistemáticamente grupos de la población, pero se está viviendo una vez más políticas bárbaras. Lo sucedido en el siglo XX es tan cruel como lo sucedido muchas veces a través de la historia. Ingenuamente se piensa que la humanidad supera etapas pero se puede intuir que los episodios más terribles pueden volver a repetirse. Si se hojean libros de historia se puede pensar que se trata de un fenómeno cíclico.
Ante los millones de refugiados que huyen de las bombas, del hambre, de la violación de sus más elementales derechos civiles, los sentimientos y políticas racistas han reaparecido con fuerza.
Un diputado danés pide que se dispare contra las pateras, un diputado inglés se burla de la foto del niño kurdo, muerto en la playa. ¿La barbarie es cíclica?, ¿depende de las circunstancias?, ¿es parte inherente de la llamada condición humana?
A 68 años, en Estados Unidos ejecutan a un condenado, blanco, no negro. La inyección letal no fue eficaz. Agonizó durante 13 minutos. Afortunadamente 32 estados norteamericanos han dejado de aplicar la pena capital. No cabe duda que en estos 68 años no es poco lo que se ha progresado, en la vigencia de derechos, pero conviene subrayar que no hay «vacuna» contra la ignominia, ante tanta crueldad. La población de Alepo sufre un cruel martirio todos los días, todos los días, y nada indica que haya voluntad para impedir que esto siga sucediendo. Todo puede volver a pasar,? y peor.
