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Puertas al campo

2061

Los editores de Orwell pusieron a su novela el título de Mil novecientos ochenta y cuatro invirtiendo las dos últimas cifras del año de su escritura, 1948. La visión del futuro que el autor trasmitía es más que conocida: un mundo con tres polos (Estasia, Eurasia y Oceanía -con Inglaterra al socaire de los Estados Unidos- que peleaban entre sí por dominar lo que les quedaba fuera, los «pueblos esclavos» y demás) y, en Oceanía, un pensamiento único llamado ingsoc, un partido interior que controlaba todo y un Gran Hermano que podía vigilar a todos sus habitantes gracias a las nuevas tecnologías de la información. Este último punto creo que vale la pena relacionarlo con algunas noticias de este año que termina, porque 2016 ha sido un año de vigilancia generalizada y de concentración de poder.

La vigilancia no es nueva, pero ahora es mucho más evidente y está mejor documentada a pesar de todo. Comencemos por Yahoo, objeto de hackers que consiguieron los datos de unos 500 millones de sus usuarios y que ha hecho que la empresa haya enviado correos electrónicos para tranquilizar hasta a quienes, como yo, no tenemos cuenta con ella: todo estaba bajo control, no había por qué preocuparse. Y tanto. Se trataba de un caso de hackeador hackeado ya que la empresa había espiado a centenares de millones de usuarios para un par de clientes interesantes: la NSA y el FBI estadounidenses. Google tiene que ser otro objeto del deseo de saber qué pasa en las redes. Y lo practica AT&T.

Lo que no parece que Orwell sospechara es que este espionaje sistemático y general se hiciera casi sin intervención humana. Los dichosos algoritmos son los encargados de borrar una imagen «poco decente» en Facebook o emborronar las caras de unas vacas para mantener su derecho a la privacidad, como ha sucedido con Google Street View. Pero hacerse, se hace. Es ilegal, pero no parece que eso importe ni a los gobiernos que lo encargan (todo vale contra el terrorismo y, «de paso, cañaso») ni a las empresas buscando perfiles de posibles clientes.

¿Qué sucede en Estasia? El gobierno chino usa los análisis de «big data» para individuar a los posibles disidentes o posibles desafectos a la causa del partido. Digamos que es una forma de «medir» la posible lealtad o deslealtad. Algo menos pluralistas que en Oceanía, pero, en el fondo, muy parecidos en su intento de tener controlados a los del «partido exterior» y a los «proles». Y prácticas de Ministerio de la Verdad.

¿Y Eurasia? Seguro que tiene sus propios sistemas de vigilancia (algunos algo chapuceros como demostraron las conversaciones de un exministro del interior en funciones con un solícito funcionario destacado en Cataluña), pero la diferencia con Orwell es que, probablemente, sea más objeto de vigilancia que actor de la misma. Ya pasó con Echelon. Lo cual no quita para que crezcan las sospechas sobre el papel de Rusia hackeando ordenadores estadounidenses en plenas elecciones presidenciales.

Hace diez años, el mundo de las 10 empresas más grandes en capitalización (cuenta The Economist) eran, en primer lugar, del sector petrolero y, en segundo lugar, del bancario. Ahora, aunque Microsoft, Exxon Mobil y General Electric sigan apareciendo entre las más grandes, ese mundo es de las empresas dedicadas a las tecnologías de la información en sus distintas acepciones. Por eso es sintomática la anunciada fusión de la AT&T y la Time Warner. En realidad, la primera pretendió comprar a la segunda. Evidente la concentración de poder en el caso de la información y el entretenimiento y muchas más cosas.

Pero no es la única mega-fusión de este año de gracia. Se han anunciado numerosas, bajo la tutela de algún que otro banco como el Credit Suisse. La de Monsanto y Bayer les llevaría a controlar el 29 por ciento del mercado mundial de semillas y el 24 por ciento del de pesticidas. El poder de las empresas farmacéuticas tampoco ha sido menguante. En general, se pone de manifiesto la tendencia latente en el sistema capitalista hacia el monopolio o, por lo menos, al oligopolio, y más si ayudado por el neoliberalismo.

Orwell conseguía dramatizar la vida de Winston, su protagonista, en un mundo monolítico en el que el control «desde arriba» era férreo. Nuestro drama es otro: que los que vigilan son varios, distintos y, a veces, compitiendo entre sí. Y que los que deciden qué comer, cómo medicarse y cómo contaminar todavía no están totalmente unificados, aunque algo impunes. ¿2061? Quizás.

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