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SPQR o la conjura contra Renzi

Según narra la tradición latina, el senado («senatus», de «senex», anciano) fue creado por Rómulo con cien senadores...

Según narra la tradición latina, el senado («senatus», de «senex», anciano) fue creado por Rómulo con cien senadores. Durante la época republicana desempeñó un papel clave en la dirección de la vida política romana al estar integrado con carácter vitalicio por exmagistrados (cónsules, censores, etc.), cuya experiencia de gobierno garantizaba la estabilidad y la continuidad del sistema. La «auctoritas» senatorial era indiscutible.

Además del senado, las magistraturas y las asambleas populares eran los pilares de la constitución republicana. En el momento de apogeo de la República, se alcanzó un complejo equilibrio de poderes, origen de la grandeza de Roma.

Plebiscito es «lo que la plebe manda y establece», dice el jurista Gayo; es el acuerdo adoptado en las asambleas plebeyas, con el tiempo, equiparado a la ley.

Actualmente, el plebiscito es la consulta para aprobar o rechazar una propuesta mediante el voto popular directo, y últimamente, se ha convertido en el arma más eficaz para forzar el cese de los dirigentes cuando se hace de él una cuestión personal, y el resultado es el rechazo de la propuesta planteada. Así, el plebiscito, lejos de ser un pronunciamiento sobre el tema formulado, se convierte en la máxima expresión de la censura popular (o, en su caso, de la aclamación) del proponente.

El día que Matteo Renzi decidió suicidarse políticamente, lo hizo de la manera más eficaz, planteando una sustancial reforma constitucional sin consenso, y encadenando su destino político al resultado del plebiscito. Inmediatamente se convertiría en el blanco de toda oposición y de todo descontento. Esta personificación insensata eclipsó, por una parte, la enrevesada pregunta del referéndum, y permitió que el pueblo italiano diera rienda suelta a su reproche, al margen de la interpelación sobre la reforma, al tiempo que le convertía en el brazo ejecutor de la arrogancia y el afán de preponderancia del poder ejecutivo.

En todo caso, no se debe menospreciar el conocimiento de la ciudadanía italiana sobre el contenido de la reforma constitucional sugerida. La propuesta se explicó, se debatió y se rebatió. Muchas voces se alzaron contra ella, no solo las fuerzas políticas agrupadas contra Renzi, sino también reputados juristas e intelectuales; el más destacado, Gustavo Zagrebelsky, esgrimiría quince poderosos argumentos, ampliamente secundados, que justificaban la negativa a la reforma propugnada: no a la supremacía del poder ejecutivo sobre el legislativo, no a la humillación de éste en perjuicio de los ciudadanos y de su representación parlamentaria; no a la gobernabilidad entendida como la necesidad de dejarse gobernar dócilmente; no a la arrogancia del poder ejecutivo que planteaba el referéndum como una campaña electoral; en definitiva, no a la involución democrática que ocasionaría la reforma. Por contra, Zagrebelsky afirmaba que la constitución es la expresión de la soberanía popular, el pacto que une al pueblo soberano para vivir en sociedad. Si falta la soberanía, no puede haber constitución, concluía tajantemente en el manifiesto.

Ciertamente, la reforma ponía fin al denominado «bicameralismo paritario», en definitiva, implicaba la desaparición del senado como cámara legislativa, al convertirla en un órgano de representación territorial. El número de senadores quedaría reducido a cien, ¡casualmente el número con el que nació! Y no serían elegidos por sufragio universal, como hasta ahora, sino nombrados por los consejos regionales. En consecuencia, el mandato de los senadores vendría determinado por la duración de su cargo en las respectivas administraciones, lo que obligaría a la coordinación de las elecciones regionales para lograr cierta estabilidad. Asimismo, el presidente, tendría la potestad de nombrar cinco senadores, en atención a los méritos en el ámbito social, económico, científico, artístico o literario, pero no con carácter vitalicio. Los senadores carecerían de retribución aunque mantendrían su inmunidad parlamentaria, cuestión que también ha resultado polémica.

En definitiva, con la modificación propugnada por Renzi, se fortalecía el poder ejecutivo (con el antecedente del «Italicum», la nueva ley electoral que otorga más poder al partido ganador de las elecciones) en detrimento del poder legislativo, poniendo fin a la tradición constitucional italiana que consideraba el senado como un órgano legislativo esencial.

Pero el 4 de diciembre fue un día nefasto para Renzi, el resultado negativo del referéndum le obligó a dimitir: «quería prescindir de sillones y el que ha saltado ha sido el mío». Quizá permanezca latente la animadversión italiana al excesivo fortalecimiento del poder ejecutivo. El recuerdo elocuente de las experiencias del pasado tendría que servir para no reiterar los errores cometidos o consentidos.

Al final, una ironía del destino: el resultado de un plebiscito ha venido en auxilio del senado que antaño tenía que refrendar las decisiones de los comicios.

El nombre propio de Roma, el antiguo y célebre SPQR -«Senatus Populusque Romanus»- que exhibían las enseñas de las legiones o el escudo de la ciudad de Roma, y que se encuentra omnipresente en edificios, calles, y hasta en las alcantarillas, parece latir todavía en el corazón de Italia. Quizá en estos tiempos, el Senado y el Pueblo romano se hayan conjurado contra Renzi para salvar el glorioso recuerdo senatorial, o tal vez, simplemente, porque como decían Astérix y Obélix, reinventando jocosamente el acrónimo: «Sono Pazzi Questi Romani», «están locos estos romanos».

Sea como fuere, el nombre propio de los romanos, evocador del antiquísimo régimen republicano, paradigma de un equilibrio de poderes alcanzado paulatinamente, será siempre conocido y reconocido bajo estas siglas: SPQR.

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