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Juan R. Gil

Sostiene el PP que Alicante no da la talla

No tenía a Juan Carlos Moragues por un hombre sensato y dialogante. Y a Isabel Bonig por una política responsable, aunque estridente. Pero después del espectáculo que ambos ofrecieron el día de la Constitución habrá que replantearse las valoraciones. Que el PP utilice la Carta Magna como arma partidista no sorprende: ya se escribió en estas páginas que, aunque el PSOE no tuviera más remedio que abstenerse para que se desbloqueara el gobierno en Madrid, eso no significaba que los populares tuvieran derecho a esgrimir el sentido de Estado, porque lo han pisoteado tantas veces como les ha venido en gana. Pero que Bonig y Moragues sean tan torpes como para ofender de paso a una buena parte de los ciudadanos de esta Comunidad, a los que el martes en discursos y declaraciones ningunearon, eso sí que no era previsible.

Bonig sostuvo que el president de la Generalitat hizo mal en celebrar la Constitución en Alicante, porque según ella donde debería haber estado es en Madrid. Y Moragues dio a entender que quienes la festejaron con él en Valencia, incluida la señora Bonig, a la que por lo que se ve no invitaron en Madrid, eran los ciudadanos de primera, de donde se deduce que los de Alicante eran los de segunda. «Aquí está la verdadera Comunidad», exclamó durante su intervención de esa jornada el delegado del Gobierno central. Pues muchas gracias. Los que estaban en el acto de Alicante, ¿qué eran? ¿La postiza? ¿La que no cuenta? ¿La periférica? ¿El sur?

Resulta comprensible que Moragues prefiera a su lado a un arzobispo, que a un obispo; al presidente de un lobby, que al de una patronal venida a menos, dónde va a parar. Puede incluso entenderse, porque la vanidad a veces gasta esas jugadas, que quien venía de trabajar en Castellón considere ahora que todo lo que no sea Valencia es extrarradio. Hasta sería lógico que un exconseller de Hacienda, con lo que ha tenido que ver y padecer ese hombre durante su paso por tan maldita cartera en el último Consell del PP, el de la liquidación por quiebra, se sienta más cómodo, menos violento, digo, en una Capitanía General que en la Ciudad de la Luz, cuyas instalaciones él mismo y Bonig tuvieron que cerrar como miembros de aquel gobierno presidido por Alberto Fabra y heredero de la ruina de Francisco Camps. Pero de ahí a pasarse tanto de frenada media una distancia que ni el uno ni el otro debieron recorrer.

¿Que abuso de la demagogia? Puede. Pero es que dos políticos profesionales, en un acto público, deben saber lo que arriesgan en cada cosa que dicen, y estas son las horas en las que aún no he visto a ninguno rectificar. Que la Generalitat haya decidido, desde que Puig la preside, celebrar siempre el 9 d'Octubre en Valencia y el 6 de Diciembre en Alicante puede ser discutible (a mí me parece razonable). Pero que el PP no tenga otra ocurrencia que contraprogramar y boicotear el acto de Alicante resulta, a estas alturas, más que bochornoso, infantil.

La patochada no tendría más importancia, si no fuera por lo que refleja: un partido que sigue ganando elecciones a pesar de poner todo lo que está de su parte para perderlas. Y que frecuentemente -sea por su actuación tras la muerte de Rita Barberá, sea por lo del «aquí está la verdadera Comunidad, etc»., sea por una cosa hoy y otra mañana, por no enredarme en lo que hicieron ayer- sonroja a miles de valencianos (del norte, el centro y el sur), entre ellos muchos de sus votantes.

Porque la salida de pata de banco de Moragues y Bonig no es cosa exclusivamente de ellos, sino de todos y cada uno de los cargos públicos del PP que no quisieron celebrar la Constitución en Alicante y prefirieron, otra vez, seguir las consignas del partido antes que honrar las dignidades que representan.

Tendrían que haber asistido dirigentes de toda la Comunidad, puesto que el acto que se celebraba en Alicante no era ni local, ni provincial, sino autonómico. Pero ciñéndonos a los más cercanos, ¿dónde estaban el martes los parlamentarios que, encabezados por el exvicepresidente Císcar, cobran sueldo en las Cortes en nombre de los alicantinos? ¿Y los del Congreso de los Diputados o los senadores de este distrito? No digo yo que acudieran tampoco concejales de todos y cada uno de los municipios, ¿pero los portavoces del PP en el Ayuntamiento de Alicante o en el de Elche, los alcaldes de ciudades tan importantes como Benidorm u Orihuela, qué hacían el martes pasado? ¿Puente?

Reservo párrafo propio para César Sánchez. ¿Hasta dónde considera el presidente de la Diputación Provincial que puede seguir rebajando su perfil institucional para hacerse un hueco seguro en el andamiaje de su partido? Él, que me consta que llegó con las ideas tan claras, ¿no se da cuenta de que no está donde está para representar al PP, sino a los ciudadanos de toda la provincia, tanto los que votaron a los populares como los que apostaron en las urnas por otros partidos? ¿Dónde estaba el día de autos? ¿Secundando el boicot que alguien del PP, que no creo que fuera él, ordenó? ¿Cómo piensa Sánchez que se ganará el respeto en Alicante, en Valencia o en Madrid? ¿Siendo obediente? Estando al frente de la mayor institución que gobierna en la Comunidad el PP, ¿qué opina que puede ser mejor para el servicio a los ciudadanos, incluso para su propia promoción política, ejercer de líder o de comparsa? ¿De verdad tiene algo que objetar el presidente de la Diputación de Alicante a que el acto oficial de conmemoración de la Constitución por parte de la Generalitat -cuyo presidente es, según esa misma Constitución, el máximo representante del Estado en la autonomía, y no el delegado del Gobierno- se celebre en Alicante? Tendría narices.

Decía que el estropicio sólo tiene valor por lo que supone de degradación de las estructuras de un partido que ha gobernado esta Comunidad durante cuatro lustros y aún está dirigiendo los destinos de España. Pero que se ha quedado sin más norte aquí, donde hay una pequeña sociedad civil, o en Valencia, donde está por lo que se ve la que para el PP cuenta, que esperar los errores del rival sin hacer más propuesta que el regate en corto y la astracanada. Viene un congreso nacional, en el que todo indica que el papel de los populares indígenas será el de convidados de piedra. Luego llegará uno regional, más organizado desde la resignación que desde la regeneración. Y detrás los provinciales y los locales, una bonoloto trucada donde alguno que proclamó que se iría si no había primarias ya está ensayando el discurso del «me quedo por el bien del partido». Que a falta de pan, incluso las provincias «de segunda» resultan un manjar.

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