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Opinión

Necesitaron dos balas

«¡¿Tú eres el que se mete con mi marido!?». El grito sonó como un estampido en el hall del aula de Cultura de la CAM...

«¡¿Tú eres el que se mete con mi marido!?». El grito sonó como un estampido en el hall del aula de Cultura de la CAM, que ese día se reinauguraba después de un lavado de cara. Yo, entonces subdirector del periódico, representaba a INFORMACIÓN en un acto en el que nadie quería que estuviéramos. Eran los tiempos en los que el PP perseguía a este diario por tierra, mar y aire y muchos agentes sociales de la provincia evitaban a los profesionales de este medio por miedo a las represalias. Al entrar, había sentido algo parecido a lo que debió vivir Moisés en el Mar Rojo: a mi paso, la gente se iba apartando a un lado y a otro. Y, de repente, aquel vozarrón. Y detrás del vozarrón, una mujer grande que se acercaba con paso firme hasta el centro de ese vestíbulo en el que me encontraba yo, tan solo como Gary Cooper, pero sin su apostura. «Supongo que sí», acerté a responder, al mismo tiempo que daba por segura la bronca. «¡Poco les dices, bonico!», me espetó subiendo aún más el diapasón. «¡A mi marido y a estos, poco les dices!», repitió. «¡Ay, si yo hablara! ¡Si es que no me llamas! ¡Llámame, bonico, llámame, que yo te cuento!». Luego, mientras yo aún trataba de comprender lo que había ocurrido, me cogió del brazo, obligó a Julio de España y otros dirigentes del PP que por allí estaban a darme la bienvenida («¡Julio, Julio, ¿no has visto a Juan Ramón?! ¡Saluda, Julio, saluda!»), me metió en la sala y me hizo sentarme en primera fila, junto a ella. Su marido miraba con la misma cara atónita que yo.

Así era Mari Carmen. Un exceso en movimiento. Un arrebato aparentemente desbocado, y sin embargo medido. No me engañó: de sobras sabía yo que su marido y ella, tan distintos, eran una misma cosa. Pero me ganó aquella noche y, si jamás me contó nada, tampoco nunca me hizo ningún reproche por los artículos críticos que seguimos publicando. Siempre fue, a su manera, afectuosa conmigo. Aunque hablé con ella muchas veces después, no presumiré de conocerla. Pero sí puedo decir que era pura energía hasta que la muerte de Vicente Sala y la posterior división en su familia, tan importante para ella, la fue apagando como una vela. Alguien la mató el viernes. Todo crimen es un cruel sinsentido. Pero aquí hay una lógica: el asesino disparó dos veces. Debió pensar que, aun en sus horas más bajas, una bala no iba a bastar para acabar con esa fuerza de la naturaleza. Descanse en paz.

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