Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tiene que llover

Llueve aparatosamente, rotundamente, casi con ensañamiento. La gente va y viene a buen recaudo bajo el murciélago de los paraguas...

Llueve aparatosamente, rotundamente, casi con ensañamiento. La gente va y viene a buen recaudo bajo el murciélago de los paraguas. El autobús se desgañita lanzando alaridos de agua, chafando charcos, vomitando la bilis de la prisa. Llueve como el primer día que llovió sobre la faz de la tierra, con ruido de gárgola ronca y boquiabierta. El chorro del Salt debe ser ahora el llanto rotundo de los barrancos y la tierra ha de estar reblandecida, vientre nutricio de esclatasans cuando renazca el sol. Me gusta el cloquear de la lluvia y mientras esto escribo, lo oigo sobre el pentagrama de los tendederos. He pasado el día bajo la lluvia, para arriba y para abajo, con un abrigo impermeable que permeaba y con ganas escasas de ponerle buena cara al mal tiempo. La lluvia es la corcova del tedio, el llanto de los tejados y los árboles y nosotros minucias a la intemperie, al dulce lamer de los cielos. El agua purifica, revive, ablanda las durezas de las grietas, y cuando escampa, hace que todo parezca recién creado. Lástima que no cale un poco más allá del pellejo del género humano, esa máquina de destrucción. Al hombre le hace falta un saneamiento, que el agua lo limpie como limpia la tierra. Porque la maldad existe. Está entre nosotros. Anda suelto satanás.

Se están celebrando jornadas contra la violencia de género, un bonito eufemismo para no nombrar por su nombre a hechos tremendos que acaecen todos los días. Todos los días hay un primate partiéndole el alma a una mujer. En otros sitios las lapidan, les desfiguran la cara con ácido, les extirpan el clítoris, las hacen deambular como almas tristes cubiertas de pies a cabeza, las casan con garañones siendo niñas. Este maltrato, esta aberración no es sino fruto de una falocracia enquistada, el machismo, el sentido de la propiedad y de la superioridad se cura como decía Unamuno de los fascismos, leyendo. La maldad y una educación empobrecida traen estos tristes lodos. La cosificación de la mujer hace que hasta en el mundo del arte se cometan tropelías. Bernardo Bertolucci, confesó hace unos años, que la famosa escena de la mantequilla de «El último tango en París» con Marlon Brando profanando el antifonario de María Eshneider era auténtica, que lo decidieron el mismo día del rodaje, porque quería captar la cara de humillación de la actriz, talmente como si para captar fatiguitas de muerte, mataran al secundario. Contaba la anécdota el gran sir Laurens Olivier que, en cierta ocasión estaba preparando una escena de acción con otro actor. Se trataba de dar sensación de gran fatiga. El compañero, de Laurens salió corriendo como alma que lleva el diablo, mientras Olivier esperaba sentado en una silla el inicio de la escena. Acabada ésta el actor que casi se deja la vida en el resuello, le preguntó que cómo era posible que él hubiera hecho mejor el papel de fatigado. Porque soy actor, contestó. Pues eso. Al final dicen que la violación no se consumó pero a cualquiera que se le eche un armario empotrado de noventa kilos encima y empiece a frotar los colgajos contra él sin su consentimiento pues hombre, algo parecido a una humillante violación sí que es.

Y los valientes cinco magníficos de los San Fermines, los violadores en manada. El espanto ciego en un portal y las risotadas, grabando la gesta para alardear con los amigos. Hemos perdido el rumbo, el norte y la inocencia. Hemos perdido los principios para acabar con la mueca de satanás pintada en la cara y en el alma.

Sigue lloviendo con codicia, enconadamente, lloviendo sobre los tejados, sobre el asfalto, sobre las carrascas, casi violentamente, casi como una venganza. Llueve sobre la tierra como el primer alarido destemplado de la humanidad, como el primer quejido entre las sombras. Sea, venga ese diluvio.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats