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El indignado burgués

El fin de la civilización

Es tan sencillo acabar con la civilización que no sé cómo ningún malo se ha puesto en serio a ello. El problema no sería un Apocalipsis Zombi...

Es tan sencillo acabar con la civilización que no sé cómo ningún malo se ha puesto en serio a ello. El problema no sería un Apocalipsis Zombi -en todo caso ese sería el rasgo visible- nuestro mundo acaba en el mismo momento en que se fastidien los satélites y caigan las redes de comunicación. A partir de ese momento nos quedan dos días para precipitarnos en la más baja Edad Media. Dos días sin redes, sin teléfono, sin dinero, sin luz, sin agua y sin posibilidad de que se arreglen, claro, nos sumiría en un «sálvese quien pueda» para el que no valdría de nada un plumilla como yo, por ejemplo, y sí un médico, un mecánico o un simple «manitas», por no hablar de que una simple escopeta del 12 acompañada de bastantes cajas de municiones sería más útil que las obras completas de Galdós editadas por Aguilar.

Nos hemos ablandado tanto que no estamos preparados para sobrevivir en un mundo diferente al que conocemos. De tanto pasar penalidades nuestros bisabuelos eran conscientes de que en última instancia el ser humano tenía que ser capaz de defenderse a sí mismo y a su familia en contra del resto de la manada. Nosotros no es que ya no seamos capaces de cazar para comer, es que nos costaría vivir en un mundo sin compras online.

Veía el otro día un programa sobre las grandes multinacionales que campan por sus respetos, no pagan impuestos apenas y son mucho más poderosas que la mayoría de los gobiernos, incluidos todos los europeos. Por si fuera poco no producen nada «tangible» más allá de ocio, entretenimiento o ficciones de libertad. Son Apple, Google, Amazon las que han sustituido a las empresas que fabricaban coches, acero, electrodomésticos o vendían petróleo. Las «puntocom» son empresas con muy poca necesidad de personal y por tanto muy susceptibles de deslocalizar sedes, porque en realidad para vender conceptos tanto da que te instales físicamente en California que en un pueblo perdido de Pakistán y cuanto menos avanzado el país, más barato sale esquivar esa costumbre tan reprobable de los gobiernos de cobrar un porcentaje de tus beneficios para colaborar en el bien común.

Es preocupante nuestra dependencia de tales empresas. Horroroso que las redes sean nuestro escaparate e internet , droga y necesidad a partes iguales. Para las transferencias utilizamos internet; lo mismo para comprar hasta la comida del gato; ya no buscamos información en nuestra biblioteca, es más cómoda la wikipedia, incluso he renunciado a consultar la preciosa edición en piel del Diccionario de la RAE y compruebo términos en su web; si nos quedamos sin batería en el móvil o en el ipad nos echamos a temblar y cuando nuestro foro favorito se cuelga, que pasa mucho, estamos huérfanos de amigos y conocidos. El colmo fue cuando mi amigo Rafa, peleado con la tecnología y más antiguo que los últimos cromañones, empezó a contestar los «guasaps». Luego nos quejaremos de que el mundo globalizado es un asco, pero somos nosotros con nuestra actitud quienes nos hemos puesto los grilletes. «Vivan las Caenas» que gritaba el populacho, siempre tan volátil, jaleando al Rey Felón, el séptimo de los Fernandos.

No creo que tengamos arreglo ni posibilidad de volver a meter el genio en la botella. Nuestra vida gira ya en torno a las comunicaciones, tanto que he visto a turistas pasar por la Capilla Sixtina con la vista en el teléfono móvil grabando, siendo incapaces de dejarlo en el bolsillo y disfrutar de la mirada a ojo desnudo, sin pensar en que tenemos que dejar recuerdo en el feis de nuestra visita. Era parecida a la costumbre que tenían nuestros ancestros de grabar en las piedras aquello de «Fulanito estuvo aquí», que lo he visto hasta en la Gran Pirámide cincelado por soldados napoleónicos. Se creerán esos obsesos de contar al mundo sus actividades que a alguien le preocupan sus asuntos, entre otras cosas porque grabaciones caseras de la Capilla Sixtina debe haber como doscientos millones en la nube esa en que se guardan todas nuestras estupideces.

Mientras nosotros seamos tan memos, los de las «puntocom» siguen forrándose vendiendo humo, arruinando al tendero del barrio y riéndose en la cara de los impuestos que pagan las empresas de verdad. Creando un mundo virtual seguramente conseguiremos no tener un mundo real sino algo más parecido a «Matrix» y hará falta ver si los terroristas que ataquen los satélites no serán al mismo tiempo los liberadores y los aniquiladores del mundo tal y como es ahora mismo. Ya sé que es una perspectiva bastante sombría y usted estaba comprándose una camisa por Amazon o viendo porno en red tan tranquilito como para que le venga yo con idioteces, pero de verdad ando preocupado y voy a tratar de transmitirles mi ansiedad, que mal de muchos consuelo de columnistas.

Empezaré por decir lo que es habitual en las reuniones de alcohólicos anónimos: «Soy Javier Mondéjar y soy adicto a internet».

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