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Hay cosas que ocurren frecuentemente en España y que, sin embargo, serían impensables en cualquier otro país...

Hay cosas que ocurren frecuentemente en España y que, sin embargo, serían impensables en cualquier otro país de nuestro entorno. Desde determinadas atalayas autodenominadas intelectuales, culturales, periodísticas, académicas, políticas, mediáticas y de colectivos progres, no se para de zaherir e insultar a España en un continuo pim, pam, pum que siempre suele salir gratis. Parece que la moda sea precisamente esa, ir contra España y todo lo que la representa: el Rey, la Constitución, la Bandera, la Historia, la Transición y cualesquiera otros símbolos identificativos. Desde los separatismos periféricos perfectamente orquestados por sus líderes y sus agradecidos medios de comunicación se condena sin piedad todo atisbo de sentimiento español, toda referencia nacional o símbolo que represente a España. Y lo que es más curioso: aquí viene cualquiera desde cualquier país extranjero y a los cuatro días está pontificando contra España, contra su Constitución, su democracia, sus libertades, su sanidad o su sistema educativo y, además, desde puestos públicos. Algunos de ellos, no todos, acaban de llegar y ya están atacando los nombres de las calles que dicen representar a la dictadura franquista. Aterrizan dándonos clases magistrales, mientras por el camino que les trae a España dejan a sus países de origen repletos de corrupción, miseria, hambre, delincuencia, represión, paro, falta real de democracia, de libertad y en la ruina más absoluta.

Díganme ustedes dos si es normal que un director de cine como el madrileño Fernando Trueba, que ha hecho toda su carrera en España bautizado con el vino de las subvenciones españolas, con público español, críticas y alabanzas españolas, taquilla española, idioma español y premios españoles, insisto, díganme, si es normal que cuando un ministro español le va a conceder el Premio Nacional de Cinematografía dotado con unos jugosos 30.000 euros, arranque su discurso diciendo que no se ha sentido español ni cinco minutos de su vida. Como «boutade» de «enfant terrible», como expresión del más rancio esnobismo progre, como ironía pseudointelectual de quien reconoce a Dios en la persona de Billy Wilder, concedámosle el beneficio a la horterada del año. Pero digo yo que, dados a ser progres y puesto que el premio lo recibía en San Sebastián, bien podría haber dicho que no se sentía vasco ni vasca ni cinco minutos de su vida y que además estaba contra el nacionalismo vasco. O que cuando el equipo de la Real Sociedad jugaba contra el Amrokgang de Corea del Norte prefería que ganasen los coreanos. O pregúntense si hubiera dicho lo mismo en Barcelona referido a los nacionalistas catalanes y a Cataluña. Pero eso no ocurrió, no se atrevió ni se atreverá; lo que vende en estos foros es hacerse el progre y despreciar a España.

Ahora, el antinacionalista (solo de España) Trueba presenta «La reina de España» esperando hacer, en España, el taquillazo del año a base de espectadores y euros españoles. Pero entre que la película es mala de solemnidad y que muchos españoles se empiezan a cansar de que los agravios y las descalificaciones sean siempre contra España y los españoles, la película de Trueba ha sido un bochornoso fracaso. ¿La reacción de los verdaderos reaccionarios? La de siempre, tachar de fachas a quienes no quieren ver la película. Es lo que se llama autocrítica en el mejor sentido comunista del término. Traducido al mundo de la fábula recuerda lo de la zorra y las uvas.

Díganme ustedes dos, por otro lado, si es normal que los dirigentes separatistas catalanes que se llenan la boca con el diálogo, la comprensión, el respeto o la tolerancia, no tengan más pensamiento ni más actividad política que la consulta independentista. Y díganme si es normal que sus satélites como La Asociación de Municipios por la Independencia (AMI por sus siglas en español) mande miles de cartas a ciudades de diversos países para explicarles en qué consiste el proceso soberanista y cómo España les impide ser libres. Entre los países receptores de tan alta distinción se encuentran Burkina Faso, Senegal, Camerún, Siria, Kurdistán y Bosnia. ¿De verdad que esto es normal? Y por si fuera poco llega ahora de la reforma constitucional, algo que no entienden ni quienes la proponen. Federalismo simétrico, asimétrico o distópico, dicen algunos; eso sí, sin tocar un ápice el antisolidario cupo vasco y concierto navarro, unos privilegios disfrutados en exclusiva sin parangón en Europa y que, casualmente, protege la tan denostada Constitución. Con respecto a ellos no se debe reformar la Carta Magna.

Y por último, resulta que el autollamado «vagabundo okupa», Lagarder Danciu, está propuesto de expulsión de España. Quien se define a sí mismo como «rumano, gay, gitano, ateo, vagabundo y okupa», llegó a España hace unos años. Llegó desde tan lejos, una vez solucionados los problemas de igualdad, prosperidad, sanidad, educación, justicia social y bienestar de que goza Rumanía. Una vez logrado vino a España para protestar contra las injusticias españolas. Profesional en reventar actos políticos y de la Iglesia Católica (otras religiones como la musulmana no, por supuesto), ha encontrado en España el acomodo necesario para su evangelizadora labor. Si se fuera de nuevo a Rumanía muchos y muchas que lo echarán de menos, pero Rumanía habrá recuperado al hijo pródigo. Que tiemblen.

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