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El Punki

El amigo de Félix

No conozco a Raúl Mérida. No he hablado con él en mi vida. Es cierto que casi siempre leo su columna...

No conozco a Raúl Mérida. No he hablado con él en mi vida. Es cierto que casi siempre leo su columna. Y es cierto que yo soy taurino y él, no. Pero también es cierto que alabo su trabajo. Me parece magnífico que haya gente que se dedique al noble oficio de cuidar a los animales maltratados. Y sus crónicas me parecen crónicas de un enamorado. Porque refleja ese apasionamiento que sólo las personas, enamoradas de lo que hacen, son capaces de describir.

Por eso quiero entrar en la polémica que hoy se debate en torno al Arca de Noé. Es el latiguillo que ya he soportado de unos supuestos animalistas contra todo aquello que no es como ellos quieren manejar. Es el sectarismo dibujado, bajo una premisa mentirosa de vanguardismo y progresía baratera, que se empeñan en imponer unos cuantos.

Siempre actúan de la misma manera. Bajo el supuesto «bienestar» de los animales, que ellos saben y tú no lo que los animales necesitan, se arrogan la potestad de organizar la vida de los animales, y la tuya. Para ser animalista a su manera es necesario pertenecer a algunas de las sectas organizadas al respecto. ¡Qué más da que un pastor de toda la vida advierta de determinados riesgos que la naturaleza le ha enseñado! Porque aquí, los nuevos, los del manual del perfecto animalista, te dirán qué ecosistema necesitamos y cómo hemos de dirigirnos a los animales. Es lo más parecido a un manual del perfecto tonto animalista que ha parido madre.

Cuánto daño han hecho algunos de estos rigoristas en contra de la propia naturaleza. Cuán difícil aceptar que nuestra relación con los animales ha de ser igual que con los personas. Como si nuestra capacidad de relacionarnos con los animales tuviese, necesariamente, que ajustarse a los paradigmas que utilizamos con las personas. Es una labor esquizofrénica. Pero cada vez que igualamos a los animales con las personas, sucumbimos a esta retahíla de sectarios y de indocumentados.

No. No puede ser que se impongan tesis que van precisamente contra la propia existencia de los animales. No. No puede ser que para convivir con los animales abandonemos nuestra relación con el campo. Que renunciemos a utilizar perros para salvar personas. Que no entendamos qué significa un ratón de laboratorio que es parte de un proyecto médico que salvará las vidas de nuestros hijos. Claro. Estamos hablando de la muerte. De la muerte de los animales y la muerte de las personas. Y ese papanatismo diabólico de equiparar a esa ratita con mi madre, me produce tremendo asco. Porque sólo puede ser fruto de una estrategia de adoctrinamiento colectivo. No me esperen en ese debate inacabado.

Pero hoy, Raúl, el amigo de Félix Rodríguez de la Fuente, tendrá una manifestación de estos «puristas» que harán lo posible por indignarse. Por plantear que lo que hizo Raúl por amor, adolece de las medidas, absurdas y obstruccionistas, para seguir amando a los animales a su manera. Claro. Ahora hasta tienen el poder. Y equilibran sus vacíos psicológicos con manifestaciones contra los que no siguen al pie de la letra su mantra animalista. Se les conoce a todos. Sabemos cómo se financian y qué persiguen. No aguantan un serio argumento campero porque eso les destroza el argumentario de «happy animal». Todo está al servicio de la causa, aunque la causa vaya contra la propia existencia de los animales a los que, supuestamente, defienden.

Claro que amo a los animales. Pero los animales no son personas. Y no pueden tener los mismos derechos, como no tienen las mismas obligaciones. Es hasta cansino tener que argumentar esta teoría tan sencilla de que la humanidad no es el reino animal, ni viceversa.

Pero el problema está en la raíz. Cada vez que estos han hablado, mintiendo, han recogido gente. Siempre hay alguien que piensa que los gatos callejeros son igual que su vecino. Y claro ante tanta confusión, en la selva no se les espera. Ya son concejales. La selva son ellos mismos disfrazados de políticos sectarios e insensibles. Justo lo contrario que dicen defender. Pero como en la fábula, cuando enseñan la patita por debajo de la puerta, se les ve todo el pelamen.

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