En menos de cuatro meses se cumplirá el 75 aniversario de la muerte de Miguel Hernández y todo está preparado para reiterar su recuerdo aprovechando la efemérides. En octubre del 2003 fui partícipe en Madrid del II Congreso Internacional que sobre su figura se celebró. En mi condición del director del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert moderé en el Ateneo de la capital de España una mesa redonda sobre «Presencia internacional de Miguel Hernández» donde intervinieron expertos venidos de Estados Unidos, México, Argentina, Cuba, Rusia, Italia, Francia, Alemania, Chequia, Palestina y España.

Aunque parezca que del poeta oriolano está todo dicho y escrito, siempre quedará algo nuevo por plantear, discutir y evaluar. Quien lo conoció y compartió celda con él en la cárcel de Benalúa, José Ramón Clemente Torregrosa, me contó vivencias en primera persona que en el archivo de la memoria, propia y grabada, quedan y transcribí.

De sobra es sabido que en aquel centro penitenciario murió el 28 de marzo de 1942 y en el cementerio de La Florida está enterrado, compartiendo un espacio de alicantinos insignes con el marino e historiador Julio Guillén Tato y el pintor Gastón Castelló. En uno de los puntos cardinales vacío clama su ausencia otro grande como Gabriel Miró. Pero Alicante le debe la presencia perpetua y merece conservar la inmensa colección hernandiana que atesora desde hace décadas Gaspar Peral y por la que tanto he venido luchando sin alharacas.

De entre los discos donde aparecen poemas de Miguel musicados, destaca más que ninguno las Nanas de la cebolla que ha popularizado Joan Manuel Serrat. Pero muchos no saben que el autor de la música fue el gran cantautor hispano argentino Alberto Cortez y que la compuso en la playa de San Juan un invierno de hace infinitos años como me contó en primera persona y recordé con la palabra en el espacio semanal Cartilla de razonamiento que con el maestro Vicente Hipólito y la aquiescencia de Benjamín Llorens, dos grandes tipos, mantuve durante más de un lustro en Radio Alicante.

Cuando a comienzos de los años sesenta del pasado siglo se establece Alberto Cortez en España, viene a Alicante, le encanta esta tierra y la describe: «El esplendor del paisaje visto desde la terraza del Castillo estalla ante los ojos del observador como un mágico caleidoscopio irisando la soleada tarde con toda la gama de verdes, amarillos, rojos, contrastando con el azul total del Mediterráneo en calma, como si de pronto el propio Joaquín Sorolla por su camino del "luminismo", expusiera ante mis asombrados ojos su obra cumbre».

Se compra su primera propiedad española en la playa de San Juan, un apartamento en el edificio Scala de una avenida de la Costa Blanca aún polvorienta y a medio urbanizar; lo llama su «barquito», lo decora con temas marineros y una habitación es tal que un camarote de barco. Allí escapaba en sus meses de recogimiento, cuando terminaban las galas y dejaba su voz en barbecho, guarecido con Renata su mujer, un amor de más de medio siglo, en su lar y su mar para el descanso y la inspiración que le llegaban con los paisajes de nuestro invierno nítido y soleado, sin algarabías estivales. Y en la playa escribe muchas de sus grandes canciones.

Le encantaba pasear de madrugada por el puerto de Alicante y vivir ese ambiente de los pescadores preparando sus redes, las barcas sardineras con sus luces y unos hombres vendiendo cebos a la luz de candiles. Una noche escuchó a un pescador tararear una melodía de esas indescifrables que se improvisan cuando uno está absorto en su faena. Pero aquellas notas se le quedaron grabadas.

Amaneciendo volvió a su apartamento, en una mesa tenía un libro de poemas de Miguel Hernández al que adoraba, lo abrió exactamente en la página de las Nanas de la cebolla y según las recitaba observó que encajaban perfectamente con ese canturreo del hombre de la mar.

La compuso y en su repertorio Cortez no la interpreta casi nunca porque su sensibilidad extrema le hace recordar angustiado el dolor del poeta encarcelado y sufriendo por el hambre que pasa su esposa Josefina que apenas comía cebollas y debía amamantar al pequeño Manolillo. Hizo una excepción en el Teatro Principal en abril de 2001 cuando actuó en el concierto benéfico organizado por las fundaciones Vicente Ferrer y para el Desarrollo de la Enfermería del Sindicato de ATS de Alicante con el objeto de crear un Centro de Estudios de Enfermería en la ciudad india de Kalyandurg.

Este año Alberto Cortez ha protagonizado «El regreso», una gira nacional con sus canciones de siempre. Merecería venir a Alicante cuyas sensaciones, escribe, se refieren «a un toque interior que sacude con mayor o menor intensidad nuestra sensibilidad» y cantar «las nanas» del admirado Miguel Hernández.