Llegó la lluvia a Alicante. ¡Por fin! Siento el placer de empaparme aunque haya que hacer dispendios en jarabes, porque toser y ahogarse no es una enfermedad que cubran las recetas. Los Bisolvones hay que pagarlos a tocateja. Ya no escribo bajo mi olivo. Me he mudado y, como en todas las mudanzas -saben que tres equivalen a un incendio-, he visto cuántas cosas acumulamos para no usarlas nunca. Amontonamos inutilidades. Es un instinto diabólico por poseer cuando vivir es más fácil y más sobrio. El Blas fridei, las rebajas con cualquier motivo, la Navidad comercial, aunque Jesús de Nazaret no naciera un 25 de diciembre, y tantos trucos para vender, explotan nuestra ansia de seguridad basada en tener y no en ser, como tan bien distinguía Ortega. Hay que estar en la cresta de la ola aunque sea una ola estúpida y vacía en la que, si miras un poco, solo descubres gilipollez.

Miro la política, los enredos y las traiciones, las puñaladas traperas y los arrodillamientos obscenos, mientras sonrío leyendo El arte de medrar, de Maurice Joly, escrito hace más de un siglo pero que podría haberse publicado ayer. Suena Melendi, ese asturiano de aspecto cochambroso y lenguaje y música divinos: «Educadamente te daré un consejo que probablemente todavía no sabes. El demonio sabe mucho más por viejo que por ser el rey de todos nuestros males. Con la realidad te vas a dar de bruces?. Y ahora vete, encuéntrate aquella cartera que sostenga tus tratamientos de belleza, mientras tengas, porque sabrás que esto no dura eternamente, amiga mía?. En busca de cada delirio de grandeza? Y si la vida te endereza y tu caballo ganador se te despeña? ¡Qué pena me das niñita consentida con esos cheques falsos por tu amor vencido!».

Nada. Imposible coger la letra en la que, el de las rastas, canta al desamor, abandonado por el dueño de un Ferrari. Como decía Fabian Estapé -introductor en España de las ideas de Schumpeter y Galbraith y miembro del PSUC-, si se llamara Marina, se tendría que apellidar Mercante. No Marina Becquet, que es un paraíso de ternura y generosidad. Tengo que aprender, a la vejez, ese invento del Yutube porque ahí encuentras la letra de cualquier cosa, poesía, canción y cualquier texto de lo que sea. Desde el Aleluya de Aute hasta el de Leonard Cohen. Desde la Carmen de Bizet hasta el Coro de los esclavos de Nabucco.

Dice la radio que este año celebran el Día de la Constitución en la Ciudad de la luz. Curioso. No me explico cómo un gobierno en pleno, intelectual, progresista, de izquierdas, supuestamente con luces y con gente preparada, se mete a celebrar el cumpleaños de una Constitución que se pretende viva -aunque incumplida- en el seno de un cadáver. Porque esa ciudad de la luz -que yo sepa- anda últimamente a oscuras y en liquidación por derribo. Corríjanme si me equivoco.

No me han invitado. Cuando uno deja de ser alguien pasan de invitarlo y de mandarle felicitaciones. «El ilustrísimo señor presidente del copón de la baraja tiene el honor de invitarlo al vino de ídem que tendrá lugar?.». «El general jefe de las tropas destacadas en el alto Afganistán se sentirá honrado con su presencia en la misa solemne que se oficiará?». Todo pasa al archivo de los recuerdos, al baúl de nunca jamás, con la misma velocidad con que llega el fax del relevo en cualquier cargo, en el carguillo, en el cargazo o en el enchufe de que se trate y en el que te encuentres acomodado. Da igual que seas líder de un sindicato apócrifomafiosillo que arzobispo de las islas chafarinas. Como Sabina «? y ayer el portero me echó del Casino de Torrelodones», tú, que sacas pecho dándote respeto de la autoridad que representas, mañana te enteras de que hay una cena de postín, con morenazas rellenas de botox, cachas de gimnasio a los que les revientan las costuras de la chaqueta por el clembuterol, abuelos con la papada que se descuelga y la cuenta corriente que se les sale del tablero, y pelucas que sostienen una cabeza hueca. Hay fiestas pero tú no puedes ir porque no das el nivel. Sic transit gloria mundi, que decían los curas de mi colegio.

No me han invitado a la fiesta de la Constitución a mí, que contribuí a que se votara en paz hace treinta y ocho años, vigilando las entradas al polvorín de Sardón de Duero para que no atacaran los terroristas y fastidiaran el invento. Haga usted la mili y defienda a la patria para eso.

Ximo Puig: dígale usted a su jefe de gabinete que revise los protocolos porque se ha dejado gente en los tinteros, que nos pegamos dieciséis meses marcando el paso y salvando a la patria de los enemigo externos e internos y nos apartan ustedes de manera inmisericorde de los festejos y del espectáculo. A mí, de esto, lo que realmente me importa son las tapas.