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Desde mi terraza

Rendirse no es una opción

Rendirse no es una opción es un librito autobiográfico escrito por Ramón Arroyo, un vasco de 42 años que es un ejemplo de superación. Hace diez años le diagnosticaron una esclerosis múltiple; el año pasado completó un triatlón. Su médico le dijo: «Pronto no podrás caminar 200 metros», y soportó durante cuatro años el sufrimiento por el tratamiento de la enfermedad. Y un día se dio cuenta de que no podía agarrar a su hijo y llevarlo en brazos, y en ese momento decidió combatir la enfermedad a base de voluntad y esfuerzo, al margen de los tratamientos médicos que siguieron aplicándole; finalmente, unos años después logró su primera Iroman, la prueba más exigente del triatlón. Como ya comenté en otro artículo, este año la peripecia vital de este hombre se ha llevado al cine en la película 100 Metros, que interpretó con autenticidad Dani Rovira. He aquí, pues, un ejemplo para todos, cuya veracidad transmite esa confianza que no proporciona los numerosos libros sobre autoestima, tan de moda. Nuestro pequeño gran héroe apareció recientemente en una entrevista televisiva, con un envidiable aspecto físico y sin que la sonrisa desapareciera de sus labios, a pesar de que de vez en cuando sufre episodios dolorosos; una enfermedad incurable no le impide hacer una vida normal, haciendo de la bicicleta, la natación y la carrera sus aliados; deja bien claro que no piensa rendirse, haciendo suya la reflexión de Sancho Panza: «Menos la muerte, todo es vida». Así que mis médicos tienen razón cuando afirman que no existe enfermedad, sino enfermos; y les habla la experiencia, puesto que como muchos lectores saben yo mismo he sobrevivido durante ocho años -por ahora- a un trasplante de hígado, del que desgraciadamente no todos salen triunfantes. Pero una vez superado el bache la vida adquiere otra dimensión, y así he podido disfrutar de mis aficiones (que tanto placer me producen), de mi sacrificada familia que por fin se ha liberado de la esclavitud de mi cuidado aunque permanezcan muy atentos, y de los muchos buenos amigos que la vida me ha regalado. La consecuencia de todo ello es que, como Ramón, dirijo mi atención a lo esencial, experimentando un total rechazo a los comportamientos en los que reina la ambición, las ansias de poder y el dinero como meta final. ¿De qué sirve pasar unos cuántos años a la sombra si a la salida (y muchos están saliendo ya) te espera una vida muelle gracias al botín conseguido con sus turbios manejos? La dignidad, que esas aves de rapiña ya nunca recuperarán, es algo imposible de valorar en toda su magnitud: «Se compra lo que tiene precio; lo que tiene valor se conquista», ha dicho alguna mente lúcida. No se extrañen pues de que reivindique lo inmediato, que defienda una forma de vida digna y justa, que me preocupe mi ciudad, mi ayuntamiento siempre dañado por rencillas y luchas de poder, que es capaz de discutir (es solo un ejemplo) la supervivencia de la conocida como Arca de Noé, una entidad privada que desarrolla su labor de acogimiento y cuidado de todo tipo de animales (incluidos los salvajes abandonados y enfermos) y que están instalados en un paraje de propiedad municipal cerca de Villafranqueza, no parece un ejemplo de defensa de los derechos humanos; si se quiere utilizar esas instalaciones para una labor de características similares, incluida la que se conoce como «perrera», parece lógico que antes faciliten a Raúl Mérida, creador y gestor del actual «Arca», una localización adecuada donde poder continuar con su encomiable labor de tantos años en defensa de los animales. Desconozco el fondo de la cuestión ni si existen razones de peso que justifiquen esas intenciones, avaladas por la concejala de Medio Ambiente, conocida por algunas declaraciones rechazables pero aparentemente muy sensibilizada con los derechos de

La Perla. ...«Nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio» (Joan Manuel Serrat)

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