Los recientes estudios acerca de los criterios de elección de la pareja han arrojado resultados sorprendentes. Contrariamente a la expresión popular «los extremos se atraen», parece cada vez más probado, que las personas nos sentimos atraídas por aquellas posibles parejas que más se parecen a nosotros. Así, la similitud física nos ofrece indicios del parecido genético. Según Philippe Rushton, psicólogo de la Universidad de Western, Ontario, esta similitud nos asegura que nuestros genes serán transmitidos fielmente a la próxima generación. A dicha tendencia se le denomina Emparejamiento Selectivo.

De igual modo, un estudio de 2014 de la Universidad de Colorado, concluyó que elegimos para casarnos a personas con un ADN similar al nuestro.

En la Universidad de Illinois, el investigador Chris Fraley le pidió a un grupo de sujetos que calificaran fotografías de extraños según su atractivo. Previamente, en algunas de esas fotografías se había combinado digitalmente el rostro del modelo con el del propio sujeto. El resultado fue que las caras extrañas que estaban combinadas con las propias recibieron mejores calificaciones.

También resulta muy significativo el informe emitido por la red social Ashley Madison que concluye que ocho de cada diez hombres infieles mantienen relaciones con mujeres parecidas a su propia pareja.

Por si fuera poco, pensemos en la estrategia empleada por las webs de contactos, para sugerir al usuario posibles parejas. Estas plataformas recurren a algoritmos de búsqueda cada vez más sofisticados para encontrar los perfiles más parecidos entre sí. Ese parecido se halla tomando como referencia la descripción que el propio usuario hace de sí mismo. Así es, al parecer, el amor en el siglo XXI. De hecho, según Neil Clark Warren, cofundador de eHarmony, «los opuestos se atraen, pero luego se atacan. Cuanto mayor sea el grado con que esas personas son distintas, más energía pierden en su matrimonio»

Pero además de lo citado, hace tiempo que viene hablándose de un efecto conocido como Síndrome de Proximidad, que básicamente consiste en que las personas se vuelven más parecidas físicamente conforme pasan los años en los que conviven en pareja. Ello puede explicarse debido a que el modo de relacionarse con el mundo de ambos se vuelve similar progresivamente. El clima que se respira en el hogar, tanto si es apacible o crispado, lo es para ambos, y las expresiones que definen el rostro se «contagian», al igual que el tipo de sentimientos que se experimenta con mayor frecuencia. Se comparten los gestos, las coletillas, las posturas corporales, la preferencia por determinados estilos de ropa, etc. Sin embargo, el parecido no siempre ha de ser físico. Puede ocurrir a un nivel más profundo.