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El viejo mundo de Echávarri

Es verdad que Rajoy sigue gobernando, que los socialistas conservan aún mucho más poder orgánico del que merece su esperpento de los últimos meses y que los partidos emergentes ya no emergen tanto: anda Albert Rivera atisbando el principio del fin de Ciudadanos antes de haber podido llegar a ningún sitio y andan liados en Podemos entre la ambición por el poder que pregona Íñigo Errejón y la estrategia callejera de Pablo Iglesias. De acuerdo. Pero aún así, harían muy mal la vieja y la nueva clase política en creer que nada ha cambiado en esta última década: éste ya es un mundo nuevo y la calle no va a detener su indignación, consciente de que las alternativas para salir de la crisis sólo benefician a unos pocos, dispuesta a no aceptar más palabras huecas de sus élites dirigentes y harta de que estas últimas se las apañen para ponerle sordina a los casos de corrupción.

Pero pese a eso hay dirigentes que no han entendido nada y creen que se puede seguir jugando a ser fontanero político. Un buen ejemplo es el alcalde de Alicante, el socialista Gabriel Echávarri. Como ahora ha cambiado de asesores ha modificado también su discurso: después de protagonizar una legislatura de verbo agresivo y tabernario ahora le ha dado por adquirir una pose moderada e institucional cuyo efecto ha sido una asombrosa aproximación con la exalcaldesa popular Sonia Castedo, a la que ha manifestado sus respetos.

El resultado, que Echávarri se ha equivocado con Castedo siempre: antes, cuando aseguró que «pedir prisión provisional para ella no es un disparate», lo que sí fue una barbaridad por su parte al ignorar las garantías judiciales que este país ofrece a cualquier acusado; y ahora, obviando que su antecesora todavía está inmersa en un proceso ante los tribunales de presunto amaño del PGOU muy serio, con lo que Echávarri flirtea así con un posible caso de corrupción en la ciudad que gobierna, e ignora las famosas conversaciones de Castedo con el empresario Enrique Ortiz, jalonadas de amiguismos, comadreos, viajes y risas incompatibles precisamente en este nuevo mundo.

Lo que hace el actual alcalde de Alicante es enviar un mensaje moralmente peligroso: el de que todos los políticos son iguales más allá de sus siglas porque todos acaban por taparse unos a otros; el de que lo importante es lo que se es y no lo que se hace. Echávarri defiende un mundo muy viejo y además equivoca la estrategia. Porque, más allá de sobrevivir a esta legislatura, ¿qué es lo que está buscando? Ni va lograr el apoyo de la izquierda que en esta ciudad vivió escandalizada por la gestión de Castedo; ni va a convencer ahora a antiguos votantes del PP por mucho que su nuevo perfil se asemeje tanto al de los populares. Y por ese motivo, es probable que los que estén celebrando la nueva deriva del munícipe sean sus socios de gobierno, Miguel Ángel Pavón y Natxo Bellido, a quienes el alcalde les está dejando libre todo el hueco electoral por el que antes batallaban con el PSOE.

En este sentido, Echávarri sigue siendo un problema para Ximo Puig, quien sólo recibe del munícipe alicantino peligroso fuego amigo. El último disparo, la ocurrencia del alcalde de celebrar que un juez obligue a la Generalitat a pagar al Hércules 1,8 millones de euros que tanta falta le habrían hecho a las arcas autonómicas por culpa de un patrocinio del anterior Consell del PP que un miembro del actual, el también socialista Antonio Rodes, no ha dudado en calificar como «golfada». ¿Qué cara habrán puesto Rodes y el resto del PSPV al escuchar tan alegre a Echávarri? Porque todos queremos que el Hércules gane, pero de otra forma. ¿No?

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