Soy rabiosamente defensor de la solidaridad, de la generosidad y la cooperación dentro de las sociedades y entre los diferentes países. La humanidad ha avanzado cuando ha sido capaz de establecer lazos de ayuda mutua y fraternidad, superando así mucho mejor los infortunios y las adversidades. A ello dedico una parte importante de mi vida personal, profesional y académica. Pero precisamente por este motivo conozco también la importancia de abordar las causas y consecuencias que generan situaciones de pobreza y privación, la necesidad de evitar la cronificación de ayudas que provocan dependencia y un falso asistencialismo caritativo que anula la autonomía de las personas y, en consecuencia, su futuro.

Las situaciones de pobreza extrema, las necesidades más elementales no pueden esperar y deben de ser solucionadas de forma inmediata, al tiempo que los poderes e instituciones públicas tienen que atenderlas sin dilación alguna, con arreglo al mandato legal que ostentan. Sin embargo, en los últimos años hemos visto cómo mientras instituciones y gobernantes dejaban a su paso un ejército de damnificados por sus políticas de recorte salvaje, fruto de la extensión de la pobreza y el aumento desmedido del paro, esos mismos poderes públicos se han desentendido de las mismas situaciones de pobreza extrema ocasionadas, dejando que sea la caridad, las organizaciones de pobres, las ONG asistencialistas y la sociedad civil quienes atiendan a aquellas personas necesitadas de atención urgente.

El pasado fin de semana tuvo lugar una gran recogida de alimentos a nivel nacional organizada por la Federación Española de Bancos de Alimentos (Fesbal) en las 56 delegaciones que tiene en todo el país. El objetivo era obtener 22 millones de toneladas de alimentos, cifra que finalmente se alcanzó, permitiendo así proporcionar comida durante dos meses a 1,8 millones de personas que los necesitan. Es muy difícil vender a los cuatro vientos la recuperación de nuestra economía, como hace una y otra vez este Gobierno del PP, mientras España es el país europeo que más alimentos recoge para sus bancos de alimentos y el que más alimentos recibe del Fondo Europeo de Garantía Agraria para atender las necesidades alimentarias de quienes no tienen recursos, alcanzando los 70 millones de kilos de comida al año.

De manera que hasta febrero del próximo año, los almacenes y despensas a las que acuden cientos de miles de personas en toda España para poder alimentarse cada día podrán atender las peticiones de ayuda gracias a la solidaridad ciudadana, mientras seguiremos escuchando por nuestro Gobierno que la crisis ya es historia y la economía va como un tiro. La recogida de alimentos de este año se ha hecho, además, en medio de esa orgía consumista llamada «Black Friday», acentuando todavía más los efectos de una sociedad cada vez más dual: mientras los comercios protagonizaban ventas históricas, a la puerta de supermercados y grandes almacenes nos pedían paquetes de galletas o garbanzos para que muchas familias en España puedan sobrevivir. País de contrastes.

Como afirmaba uno de los responsables de Fesbal, «los que más han donado han sido las personas más humildes», nada nuevo. Los ricos generan las crisis y se benefician de ellas mientras los pobres las sufren y se ayudan entre sí. Pero el mismo responsable de esta institución añadía en sus declaraciones algo inquietante, al afirmar que la gente no tiene que preocuparse ya que «mientras existan personas que necesiten comida, allí estará el Banco de Alimentos», algo así como decir que da igual los pobres y hambrientos que generen las políticas aplicadas que ellos los iban a alimentar para que al menos no se mueran de hambre.

Toda la sociedad y los poderes públicos tenemos que agradecer el impresionante trabajo que están haciendo infinidad de organizaciones e instituciones de muy distinta naturaleza para paliar y disminuir los efectos de tanto sufrimiento y pobreza creados durante la gran crisis que atravesamos. Pero no podemos aspirar a tener a una parte de la población dependiente de las ayudas básicas, sin más horizonte que peregrinar por las distintas organizaciones caritativas para satisfacer necesidades tan básicas como los alimentos diarios. La cultura de la dependencia que genera el reparto de comida, ropa o de otras necesidades, profundiza el sentimiento de fracaso de quienes lo demandan, individualizando las causas de esa pobreza y exclusión al tiempo que invisibiliza las responsabilidades estructurales y políticas que están en sus orígenes, que es donde hay que intervenir.

Como acertadamente señala Jean Ziegler, relator especial de ONU para el Derecho a la Alimentación entre 2000 y 2008 y actual vicepresidente del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, «la solución al hambre no es dar más sino robar menos», y mientras ponemos todos los medios para solucionar el hambre, tenemos que evitar las políticas y decisiones irresponsables que generan en pleno siglo XXI oleadas de personas que dependen del reparto caritativo de comida para poder sobrevivir.

@carlosgomezgil