La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) cumple su trigésimo aniversario. Fundada en 1987 por la Universidad de Guadalajara, es un festival literario colosal, un acontecimiento que congrega anualmente a editores, escritores y lectores, «un regalo anual que se ha hecho imprescindible», según el Premio Cervantes mexicano, Fernando del Paso.

La Capital de Jalisco se convierte, a través de su Feria, en una ciudad lectora proyectada al mundo, una «ciudad con aroma de tinta», escribía Hugo Gutiérrez Vega, donde «descendientes de Gutenberg» están en Guadalajara conviviendo en perfecta simbiosis con los nuevos soportes electrónicos. Cabe pensar que si la creación y narración de historias es algo propio e inexorablemente humano, se seguirán escribiendo y relatando, poemas, leyendas, cuentos, historias, novelas o fábulas, sin importar el formato. Si además, se propicia el encuentro y la conversación, en definitiva, el acercamiento entre escritores y lectores, la continuidad de los libros parece asegurada.

El presidente de la FIL, Raúl Padilla, reivindicaba la «fuerza civilizatoria» del libro, auguraba su vigencia en los años venideros y proponía la cultura al servicio del desarrollo integral de la humanidad. Sobre tal premisa, este «festival de festivales», esta «casa mundial de las letras», se vislumbra como uno de los instrumentos más eficaces para hacerlo posible. Al presidente le corresponde el feliz hallazgo del tesoro de la lengua española que se exhibe anualmente en Guadalajara, y la consideración de esa fortaleza lingüística y cultural como potencial transformadora del mundo.

La Feria congrega a miles de personas, mayoritariamente jóvenes, con una afición libresca sorprendente. Es una marea humana en un mar de libros, un incesante murmullo de voces y papeles. En esta edición, la invitada de honor es América Latina, alumbradora de tantos genios de quienes hace alarde orgullosamente, al tiempo que se vanagloria sin reservas del acervo lingüístico común.

La FIL ha querido celebrar su aniversario junto con el de Mario Vargas Llosa, cuya intervención sobre el «boom» de la literatura hispanoamericana, ante un público embelesado, inauguraba las sesiones. Asimismo, el Nobel presidió el patronato de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes en el Museo de las Artes de la Universidad, y se sumó a la celebración de las cuatro décadas de existencia del diario El País, participando en un coloquio con Juan Luis Cebrián y Antonio Caño. También se tributó un homenaje a Camilo José Cela, en el centenario de su nacimiento, con la presentación de la edición conmemorativa de La colmena, a cargo de Darío Villanueva, director de la RAE.

El escritor rumano, Norman Manea, galardonado con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, pronunció un memorable discurso de agradecimiento en el que se refirió a su trayectoria vital y a su lengua: «la lengua rumana es una lengua latina, traída por los romanos que llegaron al Danubio y a los Cárpatos desde el primer siglo después de Cristo. El propio nombre de «rumano», derivado de la palabra latina «Romanus», se refiere al único pueblo latinófono en una zona de muchas mezclas étnicas y lingüísticas. El poeta Ovidio, exiliado a Tomis, a orillas del Mar Negro, dijo que había llegado a comprender la lengua de los «bárbaros» del sur de la Romania». La lengua rumana, explicaba Manea, «tuvo que afrontar muchas presiones internas y externas que tendían a diversificar y desviar sus opciones y sus valencias, pero la raíz latina resistió heroicamente a las tensiones».

Manea, se definía como un «escritor de la actualidad», entendida como un «exilio planetario», que vivió por etapas en el «exilio fascista» de su infancia, trágicamente marcada por el horror del Holocausto, después en el «exilio interior de la dictadura comunista», y al final, en el «exilio global del libre mercado, con la doctrina mercantil de compraventa de cualquier cosa, en cualquier lado y en cualquier momento».

Concluía Norman Manea que este «encuentro espiritual» con ocasión del premio concedido, «honra la heroica fidelidad a los valores de la lectura como el más duradero amigo de los solitarios del mundo».

«Leer es poder», decía Carmen Balcells. Estas palabras presiden el mural con las efigies de los grandes de las letras latinoamericanas a la entrada del Centro Documental de Literatura Iberoamericana Carmen Balcells, ubicado en la Biblioteca de la Universidad de Guadalajara, con el que la Universidad y la FIL han rendido su particular tributo a la editora. No es una casualidad que este reconocimiento haya tenido lugar precisamente en México, el país situado a la vanguardia del fomento y la preservación de la lengua española, y guardián de su avance imparable en el continente americano.

Paul Celan, «un gran poeta del exilio», natural de Bucovina, como Manea, y citado por él al inicio de su discurso, decía: «vengo de una región donde vivían personas y libros». Esta convivencia nostálgica entre unas y otros, contrasta con la realidad vibrante de la tierra de Juan Rulfo donde viven (y perviven) personas y libros. La abrumadora manifestación de bibliofilia de la FIL les redime de cualquier exilio, y les convierte en el paradigma de la filiación entre los hispanohablantes.