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Carta medio abierta a D. Vicente Boronat

Mi querido don Vicente:

Como sé que es usted asiduo a mis delirios dominicales, cosa que me llena de gratitud y extrañeza a partes iguales, no me cabe duda alguna de que esta epístola llegará a sus manos, como sé que sabrá perdonar su torpe aliño indumentario y gramatical. No tema, don Vicente, que lo que tengo que decirle dista lo justo de un laudatorio gratuito o de una huera adulación. Usted de sobra sabe que lo que de bueno tiene estar en edad provecta, o casi, es que uno hace que le sobren los floripondios y se centre en una visión más o menos objetiva de la realidad, un mal sueño, en ocasiones. En Román paladino le diré que no voy a hacerle a usted la pelota, que seguro lo detectaría al primer vistazo, sino a darle a usted las gracias, así, sin más, que de bien nacido es ser agradecido, a usted y a su empresa, la Mutua de Levante.

Corren malos tiempos, don Vicente. Quizá tan malos como casi siempre fueron o hicimos que fueran, que el ser humano no conoce límite ni para la estupidez, ni para el egoísmo, ni para la insolidaridad, ni aún para la atrocidad. Siempre fue así y siempre, si nada lo remedia, será así. Cupieron tiempos en la Historia de este triste desgarrón que llamamos devenir o inercia, don Vicente, en que unos pocos, más o menos poderosos, menos o más sensibles, otearon un poco más allá del ascua a la que arrimaban su sardina. Que vieron más allá del vil metal y confiaron en que la riqueza puede y debe trascender lo puramente material. Que la alquimia es ciencia cierta y la piedra filosofal existe. Está en el corazón del hombre que se vierte todos los días en forma de partitura, en forma de verso, en forma de esencia de trementina y pigmentos.

Y no son muy comunes en estos tiempos prosaicos, en que cada uno va a lo suyo, en que el vecino importa más bien poco y en que lo único que interesa es la medra y el posicionamiento a costa de lo que fuere, gestos como el de usted, como el de ustedes. Gestos como el de usted que se para a contemplar esa alquimia, esa evanescencia, esa labor de zapa del alma y le abre las puertas de su casa altruistamente, corriendo con todos los gastos y sin pedir nada a cambio, talmente como el último mecenas. Usted me propuso para la última exposición de su galería a la que titulé «La posada de las almas». Y nunca más certero el título porque esas pobres almas mías, hijas del hastío, del capricho o del insomnio, no tendrán nunca mejor, ni más cálido albergue. Somos muchos pintores en Alcoy, como son muchos los músicos, los poetas, los escritores, los ensayistas, los actores, honestos, modestos demiurgos todos que hacen su trabajo lo mejor que pueden aunque no siempre sea reconocido por parte de las instituciones. Son personas como usted, don Vicente, las que aleccionan, las que vapulean, las que demuestran que, vale más media azumbre de sentido y sensibilidad, que azumbre y media de burocracia.

Y no quiero aburrirle a usted ni al improbable y paciente lector, así que voy acabando. Titulo esta epístola doméstica como carta «medio abierta» porque lo que me queda por decir se lo diré, cuando usted a bien lo tenga, delante de un café, como acordamos, en amena tertulia y en «cerrado».

Mil gracias de nuevo, don Vicente y mil gracias a la Mutua de Levante, de las pocas empresas, no me cabe duda, que alcanzan a ver y a sentir, por encima de los formularios y las estadísticas, por encima de la una de la tarde y de su lluvia, por encima del toque de queda del cierre, la belleza certera de los endecasílabos.

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