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¡Viva la mentira!

Termina el mito de que el universo anglosajón castigaba indefectiblemente a los mentirosos. Ahora no solo no los castiga, sino que los lleva en andas a la victoria. Una experiencia en la que los españoles tenemos mucho que decir.

Las groseras mentiras proferidas durante la campaña y después, con la Presidencia ya ganada, por Donald Trump, e incluso el recochineo con que se ha jactado de algunas de ellas, suponen un punto de inflexión en la aceptación del embuste por parte del electorado en Estados Unidos. Hasta este momento, el universo anglosajón „con EE UU y Gran Bretaña como estandartes„ era puesto como ejemplo de la intolerancia por parte de los ciudadanos ante el engaño por parte de sus políticos. Era recurrente el argumento de que los mentirosos terminaban pagándolo. Bien, obviamente eso ya no es así. Al menos en una primera fase.

Millones de americanos han aceptado, al parecer sin rechistar, que sus candidatos profirieran impunemente falsedades: bien es cierto que el republicano mucho más que la demócrata. Pero es que antes, millones de británicos prefirieron creerse las falsas promesas de Nigel Farage o Boris Johnson que condujeron al brexit. Sin importar, en ninguno de los dos casos, que los medios de comunicación o los rivales políticos demostraran fehacientemente, con hechos y datos, que faltaban a la verdad.

La verdad, ese concepto que ha quedado superado por el nuevo término de moda: la posverdad, en la que la realidad no es moldeada por los hechos, sino por las emociones y las creencias personales. Un fenómeno que puede ser novedoso para estas sociedades, pero al que los españoles no somos en absoluto ajenos. Durante años hemos consentido que nuestros políticos nos mintieran a la cara „incluso a sabiendas„ sin que eso acarreara ningún castigo en las urnas. Y no solo con promesas voluntaristas de creación de cientos de miles de puestos de trabajo (Felipe González), sino volviendo a otorgar la victoria a quien decidió subir los impuestos a las pocas semanas de ganar unas elecciones en las que había asegurado por activa y por pasiva que los bajaría (Mariano Rajoy).

Viva, pues, la mentira. Muera la verdad. Por lo menos, la verdad basada en la realidad. Porque entramos en la época de la verdad propia, hecha a medida de quien la quiera comprar. Una estrategia que se ha visto favorecida directamente por las nuevas vías de comunicación basadas en las redes sociales y que, además, puede llegar a suponer un lucrativo negocio para quienes han hecho de la propagación del embuste su medio de vida al servicio de los intereses de quienes buscan el poder al margen de cualquier consideración ética.

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