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Jesús Javier Prado

No, yo no veo «First Dates»

Así es, amigos, así es, y no podría ser de otro modo: por supuesto que no invierto mi valiosísimo tiempo en un programa menor y de simple entretenimiento, basado en citas a ciegas a la luz de la luna de veinteañeros desnortados, hombres de mediana edad asustados de que se les pase el arroz, o setentones que parece que aún tienen fuerza para parar a un tren («yo vengo a encontrar una mujer que rabie conmigo en la cama», me dicen que pidió uno de Cuenca, mirando a cámara seguro y recio, con casi ochenta abriles...), no, por supuesto que no, mi intereses son otros, y más intelectuales y elevados: cómo queda la política de bloques tras la muerte de Fidel Castro, el metalenguaje de la nueva novela sudamericana que nos viene allende los mares, la lectura de las tesis de Gramsci y Laclau y su influencia sobre ese sujeto político que es Podemos, etc... podría seguir con tantas cosas. Así que no, que no tengo tiempo para ver First Dates, ni sé que lo echan a la perfecta hora de las 21.30 horas, en Cuatro, de lunes a viernes.

Tampoco sé, por tanto, que es el ejemplo perfecto de programa que, puesto en las manos equivocadas, podría ser un bodrio de aquí te espero. Pero en las de Carlos Sobera, excelente conductor y presentador, es difícil resistirse a la tentación (aunque yo lo hago: a voluntarioso no me gana nadie...) de quedarse, porque lo lleva de manera fácil, divertida, sin histrionismos. Pero más allá del acierto al elegir adecuadamente al maestro de ceremonias, me dicen que el programa está cuidado (las tomas, la música, el ritmo, las camareras, las entrevistas personales) y también que hay una apuesta «ideológica»: el programa sirve para mostrar ante una audiencia masiva la normalidad de las relaciones entre personas del mismo sexo, y más allá: españoles de segunda generación, de raza, color y credos diferentes a los de la mayoría, tienen también oportunidad de hablar con libertad y desparpajo sobre lo que esperan conseguir de su cita. Y también supone todo un descubrimiento saber que hay un espacio en prime time (y que ya le ha dado un bocado a El Hormiguero y a El Intermedio: el programa está consiguiendo audiencias de entre el 8 y el 10%, cuando la media de su cadena es un 6%) en televisión donde pueden aparecer personas normales, con tallas y vestimentas reales como la vida misma, y no de cartón piedra.

Todo eso -me dicen- ofrece First Dates, un programa ameno, afable y que te hace pasar un buen rato, y con bastante más miga de la que aparenta: la televisión sigue siendo un arma potentísima para instalar arquetipos mentales en el cerebro de los telespectadores, y dar normalidad y carta de naturaleza a cosas difíciles de visualizar (como son los cambios de una sociedad, y de sus usos y costumbres). En ese sentido, la televisión -por su fuerza como medio de masas- sigue creando la realidad. Y lo puede hacer de forma perversa -como hace Tele 5, metiendo a Belén Esteban y su tropa en un contínuo insoportable- o de forma positiva -como First Dates- haciendo que sirva para anclar en nuestra cabeza cambios ciertos sobre las realidades sociales con las que convivimos, y que además ayuden modestamente a difundir actitudes tolerantes.

Pero a mí todo esto me lo cuentan, ya se lo he dicho: yo no veo First Dates, de lunes a viernes, a las 21.30 horas, en Cuatro...

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