Tras la trágica noticia de la muerte de su controvertido líder Fidel Castro Ruz, La Habana se despertó nostálgica y compungida, pero San Cristóbal de La Habana, tiene una historia que la hace sentirse fuerte antes las adversidades, ataques y amenazas, quizás sean sus construcciones como el Castillo de la Fuerza, lo primero que admiramos y que constituye el principal ejemplo del renacentista de América, las siguientes fortificaciones dentro de las antiguas murallas de la ciudad en defensa de la población, hay más de novecientos edificios históricos de gran importancia, la Plaza de Armas, la Catedral, la Plaza Vieja la Plaza de Armas, como fortalezas militares, El Morro y la Cabaña de carácter civil, el Palacio de los Capitanes Generales, el Palacio de Miguel de Aldana, el Palacio del Conde de Santovenia hasta convertir a la capital en la más inexpugnable del Nuevo Mundo, se desarrollaron otras soluciones arquitectónicas inéditas para la época, aunque no tan sólo sus fortalezas y castillos distingue la capital, sino por sus aportes culturales españoles, europeos, árabes, africanos, indígenas, chinos y mestizo que significan la base de identidad del pueblo cubano.

Para Alejo Carpentier, la ciudad es una constante, es un espacio mítico de intramuros, donde la singularidad se instala en la pluralidad, el tiempo, las personas y las cosas no se suceden, sino que se encuentran, con todas las ambigüedades y contradicciones que ello implica.

Hemingway uno de sus admiradores y amigo de Fidel dijo que; «La Habana se parece a Toledo, pero a un Toledo sin Greco». El Nobel salía para dar sus paseos y beber sus famosos daiquiris en el Floridita que le preparaba el barman catalán Constantino Ribalaigua Vert.

Se sabe que la controvertida personalidad del magnate presidente ha pasado por distintas facetas; primero intentó violar el embargo comercial por medio de inversiones en hotelería, casinos y resorts, y a principios de su campaña electoral expresó que no rechazaría el restablecimiento de relaciones diplomáticas, pero si lograría un «mejor acuerdo» que el de Obama. Y en la recta final, buscando el voto cubanoamericano republicano, desmintió lo anterior. Esta forma de proceder indica las características propias del personaje.

Quizás el tema de los derechos humanos que tanto preocupa a todos, sea más para el empresario-presidente, un asunto de beneficio-ganancia como fue es sus intenciones iniciales que un impedimento en las negociaciones.

Mientras tanto, La Habana se prepara para cualquiera de los escenarios previstos, es dable señalar que Rusia país con el cual Trump ha expresa su admiración, mantiene estrechas relaciones con Cuba y en plena crisis de los misiles de 1962, demostró su apoyo al gobierno cubano. Y ahora que está valorando instalar una base militar y firmado contratos millonarios con la isla, es previsible que este tema se traté en las conversaciones de geopolítica que el presidente Putin sostendrá con el magnate presidente. Pero «la Capital de la Unidad», como la llamó el Papa Francisco, sede del encuentro histórico entre el Papa Francisco y el Patriarca ortodoxo ruso Kiril y la nueva orientación de la Unión Europea que confirmó la derogación de la política que limitaba el intercambio entre ambas partes, el final de la imitadora «posición común», La Habana se encuentra legitimada ante los países latinoamericanos, China, África, Rusia y Europa para esperar cualquier «Trumponada».

Una salida inteligente del imprevisible showman presidente sería eliminar el vetusto bloqueo, para facilitar la entrada en La Habana de su monopólico negocio y quedar ante mundo como el primer presidente de los EE UU que rompió el embargo con Cuba pese a todo pronóstico y volver a dejar perplejo a muchos como es costumbre en su actuar.

Si al final el gobierno de los EE UU decidiese acelerar o desmantelar el proceso de normalización diplomática o mantenerlo en un punto neutro, quizás no afecte el crecimiento del sector cuentapropista motor del crecimiento, las reformas de la sociedad civil ni el proceso de mejora de la administración cubana. Sin las amenazas del Gobierno de los EE UU y sin el bloqueo, las reformas en ejecución por el PCC y las propias circunstancias de la vida podrían adoptarse con mayor celeridad y no darían motivos para que los conservadores retrasasen aún más el proceso de perfeccionamiento institucional cubano.

Si el magnate presidente fuese inteligentemente asesorado negociaría con el pragmático General Presidente Raúl Castro un buen acuerdo que flexibilice las ataduras del bloqueo económico, financiero y mercantil. A pesar de los pesares históricos, las pasiones dolorosas, desavenencias y la ausencia de su líder, La Habana es apasionadamente risueña, nostálgica y estalla en optimismo por vivir en espera de cumplir sus 500 años sin Trump, y con una nueva dirección política decidida a mejorar la denostada vida del pueblo cubano.